El triunfo del centroderechista
Luis Lacalle Pou en las recientes elecciones presidenciales de Uruguay, nos
sigue confirmando que –en cuanto a política– Latinoamérica es un terreno
movedizo.
Así se rompe en ese país la
continuidad de las administraciones de signo izquierdista, con las cuales los
interesados pretendían definir a es nación como perteneciente a ese polo
político. Una insinuación de que dicho sesgo era algo así como genéticamente intrínseco
a sus ciudadanos.
En todo caso, el margen fue
estrecho y en segunda vuelta, llevando incluso a momentos de tensión. Algo que
debería servir para que el nuevo gobierno tome nota y no se crea el portador de
un cheque en blanco, una tendencia a la que no pocos gobernantes de la región
han sido proclives, y cuyos daños siempre y al final son pagados por la gente.
También sirvió la reciente
experiencia uruguaya para lograr un concierto de fuerzas que apoyaran a
Lacalle, con el fin de concretar la alternancia en el poder, tras unos cuantos
años de administraciones de izquierda. Adicionalmente fue pues, una
demostración de que la unidad en el propósito puede conseguir cambios
contundentes en las realidades.
Y es que hay tendencias políticas
que, desde hace mucho tiempo pretenden reclamar para sí el continente, sin
demasiado éxito que digamos. Los hechos demuestran que este territorio es más
indómito y rebelde de lo que a algunos les convendría.
Cuando no está presionado por
corsés autoritarios, el latinoamericano parece tener tendencias a votar
pendularmente.
Así sucedió por ejemplo
recientemente en Argentina, donde el presidente saliente Mauricio Macri no pudo
remendar a satisfacción del electorado las abolladuras dejadas por casi década
y media de kirchnerismo y lo castigaron… volviendo a traer a Cristina Fernández
al poder, por interpuesta persona de Alberto Fernández. Así que los Kirchner
están de vuelta.
Un experimento que a muchos
inquieta, mientras otros tantos esperan que el león no sea tan fiero como lo
pintan, que haya moderación de parte del señor Fernández; aunque se sepa que su
mentora es de armas tomar.
Y aún bajo la férula autoritaria,
Latinoamérica se pronuncia por la alternancia en el poder. No podemos afirmar
si es por sentido democrático, por hartazgo de los errores y abusos de quienes
pretenden enquistarse en las posiciones de mando, o por una mezcla de ambas
cosas.
En todo caso, así sucedió también
en Bolivia, donde otro mandatario que pretendía escudarse bajo la patente de
corso de una supuesta revolución, salió abruptamente del poder.
Evo Morales insistió en mandatos
sucesivos que pasaban por encima de la Constitución y que no eran aprobados por
el pueblo. Incluso, llevó el tema a un referendo que perdió; pero aún así se
lanzó a un intento por alcanzar el cuarto período, en unas elecciones duramente
cuestionadas. El señalamiento de irregularidades por parte de la Organización
de Estados Americanos lo empeoró todo, al punto de hacer inviable su
pretensión.
Así fue como el lema “Evo es
pueblo” demostró no ser mucho más que un eslogan propagandístico, ante una
ciudadanía que no se sintió representada y que dio pie a una transición hacia
un nuevo escenario político y de poder en Bolivia.
Escenario que aún no está muy
claro, pero que parece encauzarse por el camino adecuado y que esperamos se
resuelva de manera institucional y democrática, por el bien de Bolivia, los
bolivianos y la región toda, cuyos países son tan propensos a contagios de este
tipo de situaciones.
En síntesis, nuestro continente
no parece sellado por ningún color o tendencia política. Se mueve
pendularmente, castiga cuando no hay resultados y se rebela cuando las cosas
pasan la raya amarilla.
No parece casado con ninguna
ideología o adjetivo, sino más bien con la eterna lucha por el bienestar de su
gente, regularmente torpedeado por malas administraciones o por pretensiones de
prolongar la estadía en el poder más allá de lo democráticamente sano y lógico.
En todo caso, la única tendencia
que parece ser cierta en la región es la alternancia, y el fiel de la balanza
aparentemente es la calidad de vida que los gobernantes logren para sus
ciudadanos. No hay apegos hacia un lado o pruritos hacia el otro.
Y más allá de ello, los
habitantes de estas tierras parecemos estar más allá de la trampa de seguir
rotulando a las propuestas políticas como izquierdas o derechas. Sería mejor
que habláramos de buenas y malas, tomando como parámetros sus resultados.
Y nuestros países no parecen
dispuestos a dejarse encarrilar por intereses de ningún tipo, más allá de la
aspiración al bienestar de la ciudadanía. Esa es la realidad, aunque les duela
a unos y a otros. Partir de aceptarla es la mejor manera de trabajar por el
cambio para bien.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui