En medio de la ola de disturbios
y protestas que actualmente están recorriendo al continente latinoamericano,
sin duda la menos esperada era la que está sucediendo en Chile. Y es que la
región ha tenido durante las últimas décadas a esa sólida democracia como
modelo de reconstrucción de una sociedad marcada por profundas diferencias.
Adicionalmente, la nación austral
ha sido ejemplo de paz y progreso en convivencia, incluso extraña al eterno
polvorín llamado Latinoamérica.
Pero ese ejemplo, ese espejo en
el cual quisiéramos mirarnos, se empañó en este mes de octubre. ¿Qué pasó?
Leyendo y consultando a amigos de
esa nacionalidad, la primera conclusión es que explicar las razones no es tarea
simple.
De entrada, quienes observamos
desde afuera, apreciamos un rosario de virtudes en aquellas tierras. Desde hace
30 años, un pacto de su sociedad logró superar sus años más duros y convivir de
manera civilizada y ejemplar, por encima de profundas diferencias.
No solamente se logró la paz,
sino la integración de sectores que habían sido opuestos literalmente a sangre
y fuego. Y lo hicieron con la conciencia de la necesidad del bien común,
apartando miopías, egoísmos y mezquindades; pero también dolores tan profundos
como legítimos. Volvemos a decirlo: Chile ha hecho un trabajo de progreso
admirable.
Es por ello que conmueven las
imágenes que nos han llegado. Sabemos lo que había costado construir ese polo
de desarrollo, tan referencial para la región que ha atraído a varios cientos
de miles de compatriotas nuestros, ante la muy viable promesa de una vida
pacífica y de un bienestar al cual todos tenemos derecho a aspirar.
Sin embargo, este estallido se
debe a que, más abajo de esa primera mirada que nos presenta a una nación
ejemplar, hay contradicciones, los viejos desacuerdos persisten, y sin duda,
más de uno también aprovecha para sacar partido de la situación, en pro de
agendas propias de poder.
La economía chilena crecerá cerca
de un 3% en 2019. El incremento arancelario del 3,75% al transporte público –detonante
del conflicto– es apenas unas décimas superior a la inflación. Esta es baja y
el desempleo se ha mantenido bajo control, a pesar de la afluencia de cerca de
un millón de inmigrantes a un país de apenas 17 millones de habitantes en los
últimos años.
Los trabajadores con salario
mínimo pagan alrededor del 20% de sus salarios en transporte, y esta relación
entre lo que se gana y lo que se gasta es el primer elemento al cual hay que
poner la lupa, porque es a este dato al cual se le atribuye el encendido de la
mecha.
Sin embargo, analistas y
conocedores aseguran que esa brecha se venía cerrando en los últimos años. A
diferencia de otros casos recientes en Latinoamérica, el aumento de las tarifas
fue determinado por un consejo técnico autónomo, no por un paquete de
austeridad impuesto por el Fondo Monetario Internacional.
En pocas palabras, los gobiernos
chilenos –todos, de opuestos signos políticos– han trabajado por cerrar la
brecha de las desigualdades que en tiempos pasados costaron sangre y dolor a
esa tierra. Unos han hecho más que otros, unos han tenido más éxito que otros;
pero sin duda ha prevalecido el objetivo de apuntalar la viabilidad de una
nación.
Pareciera no haber llegado a
tiempo ese equilibrio entre el esfuerzo y la recompensa, entre lo que se
trabaja y lo que se gana, entre lo que se gana y lo que se gasta. Todo es
relativo y subjetivo, habría que estar allá, habría que vivirlo, para emitir
una opinión sustentada.
Lo que muchos lamentan es que, a
pesar de las patas cojas que se puedan ver a la democracia chilena, esta ha
hecho uno de los mejores trabajos en la zona y que, si bien aún tiene deudas
con su población, como las puede tener cualquier gobierno, estaba mucho más
cerca de saldarlas que otros países del continente.
¿Vale la pena darle una patada al
tablero cuando se está más cerca de la cima? Esto es lo que muchos se preguntan
ante los sucesos de los últimos días.
Por supuesto, es inquietante que,
ante la urgencia por concretar reivindicaciones legítimas, se caiga en la
tentación de atajos oscuros, que no pueden prometer sino incertidumbre, cuando
se habían alcanzado éxitos objetivos y cuantificables en el largo camino que es
reconstruir un país. Y todo lo ganado se puede perder.
¿Cuánto de las viejas heridas no
sanadas sirvieron de combustible a este episodio? ¿Cuánto se le debe a los
habituales pescadores en río revuelto? Es una respuesta que no está en nuestras
manos, pero en caso de ser en algún modo positiva, sería tan previsible como
lamentable.
Sin embargo, y a pesar del
devastador panorama de hoy, somos optimistas ante el futuro de esta querida
nación. Han tenido la tenacidad y la valentía para superar pruebas mucho más
duras en el pasado. No dudamos que así volverá a ser.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui