Con la reciente noticia
confirmada del final del diálogo en Barbados entre los dos sectores opuestos
actualmente en Venezuela, se puede considerar que se le coloca punto final a
una larga etapa superior a los quince años, en la cual los mecanismos de entendimiento
entre quienes piensan distinto en nuestro país, han resultado sencillamente
estériles.
Este nuevo escenario, con la
facilitación de intermediarios de Noruega, no es sino el punto final de una
agotadora seguidilla de intentos que empezó por allá por el año 2003, en lo que
se llamó en aquel entonces la Mesa de Negociación y Acuerdos, que contó con la
facilitación del Centro Carter y que no condujo a nada tras sus prolongadas y
extensas sesiones.
Y es que, desde hace rato, ha
quedado más que demostrado que no hay voluntad de entendimiento alguna por
parte de uno de estos sectores, que sencillamente no está dispuesto a ceder un
ápice en pretensiones que son inaceptables para quienes pensamos y sentimos
diferente, para quienes tenemos sentido de democracia y justicia.
La noticia no sorprendió. Ya
hacía más de cuarenta días que el gobierno revolucionario abandonó esta
reciente instancia de diálogo, que ellos mismos en un pasado bastante cercano
promovieron con no poco entusiasmo.
Del lado nuestro, se hizo lo que
había que hacer: mantener abierta esa puerta cuanto tiempo fuera necesario,
hasta confirmar que la voluntad de encontrar una salida consensuada –pero
justa– a la crisis nacional, seguía de nuestro lado. Lamentablemente, y como
muchos suponían, en la acera contraria no era así.
Nuestros representantes lo
dijeron, sabían que la decisión de sentarse una vez más, iba a tener un costo
político. También se expresó que había consciencia en cuanto a la utilización
en el pasado de esta clase de mecanismos, con el fin de manipular las
situaciones y encauzarlas hacia objetivos mezquinos y contrarios al bienestar
de la colectividad. De esto, siempre hubo claridad en cuanto a lo que se
enfrentaba.
Por supuesto, no faltan las
acusaciones de que se perdió el tiempo, tiempo que la tolda roja habría
comprado, a costillas de jugar nuevamente con la cada vez más escasa buena fe
del país.
Acusaciones que entendemos y
justificamos, pero a las cuales tenemos una observación: a pesar de todo,
creemos en el diálogo como mecanismo y el hecho del agotamiento estéril del
escenario actual, no hace sino confirmarlo.
El punto final a este intento de
Barbados, nos pone nuevamente de acuerdo a quienes queremos pasar de una vez
por todas esta página oscura de la historia del país. Aquellos que no querían
que nadie se sentara a dialogar, y quienes pensábamos que había que hacerlo, ya
estamos nuevamente en la misma página, tras el agotamiento en sí mismo de esta
nueva instancia.
¿Por qué había que mantener la
puerta abierta en Barbados? Primeramente, por la alternativa en sí que estaba
sobre la mesa. La situación venezolana es tan compleja y cambiante, que puede
dar cualquier inesperada vuelta de tuerca en cualquier momento. Era válido y
valioso –lo ha sido y lo será– tener una mesa a la cual se acudiera para poder
avanzar con mayor celeridad en caso de presentarse alguna situación que lo
requiriera.
Por otro lado, el mundo ahora sí
observa a Venezuela. La situación interna ha desbordada nuestras fronteras y el
éxodo multitudinario de venezolanos es una prueba de ello. Una prueba que ha
hablado en muchas latitudes de cuán intolerable es lo que se padece aquí
adentro.
Vivimos en un mundo
interconectado y los indicadores económicos son inocultables. Los mercados
están conscientes del errado rumbo que ha llevado nuestra nación durante años y
de cuán profundo es el daño que se le ha hecho. Siempre lo decimos, los números
no mienten.
Nuestros representantes hicieron
lo correcto, se quedaron sentados hasta el final. Aguantaron hasta que se
pudiera dejar constancia de quiénes no cedieron, quiénes abandonaron. Quedó
claro ante testigos lo que tantas veces ha pasado puertas adentro de nuestro
territorio y muchos no creían.
Pensamos que de parte de quienes
alzaron su voz por nosotros hubo sensatez y firmeza, existieron propuestas
guiadas por el mayor sentido de la urgencia y por la más elemental justicia. Si
no se puedo avanzar más, fue por la reiterada sordera selectiva de los
interlocutores.
Sí, ha quedado claro que el
diálogo no sirve. Pero no es por falta de voluntad de quienes estamos de este
lado, sino por la absoluta intransigencia de quienes se niegan a ceder en sus
pretensiones de control absoluto, el cual ni de lejos usan para el bienestar de
la nación; sino, muy al contrario, para una agenda propia sin cargo de
conciencia alguno en cuanto al daño que producen a un país entero. Ahora, el
mundo es testigo y lo pudo comprobar. Esa es la diferencia.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui