viernes, 7 de junio de 2019

“Los números no mienten”

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Titulamos estas reflexiones con una frase bastante común, aunque no la estamos usando en función de lo que es habitual o muchos imaginarían. En esta oportunidad queremos hablar de los números de placa, que regirán el derecho de abastecer combustible en varios estados del país. Y esos números no mienten, porque nos muestran una involución en todo sentido.

Consideramos que recargar gasolina es un derecho, aunque cada vez lo parezca menos, de cara a las crecientes dificultades que va sumando una acción que debería ser sencilla y cotidiana. Que de hecho lo fue, hasta que se nos comenzó a cerrar el círculo de lo posible en el país.

Y sucedió lo que menos esperábamos. Que, en un país petrolero, orgulloso de sus reservas, reabastecer combustible se convirtiera en un calvario.

De cara a lo que han sido estos últimos años, con cada vez mayores dificultades para salir adelante frente a lo más elemental de la cotidianidad, hemos ido perdiendo la capacidad de sorpresa. Sin embargo, el anuncio de que en entidades como Bolívar y Monagas haya que someterse a un plan que solamente permitirá repostar combustible en días específicos, de acuerdo al número final de las placas, definitivamente cae dentro de las mayores sorpresas de estos tiempos insólitos.

Para mayor confusión, las autoridades regionales de los territorios afectados, aseguran que hay suficiente combustible. Afirmación que nos lleva a preguntar: entonces, ¿por qué se convierte esta acción en un trámite engorroso? Si buscamos respuestas, las encontramos.

En entrevista publicada por el diario El Universal el pasado 24 de mayo, el experto petrolero Rafael Quirós asegura que “La situación actual de Pdvsa (Petróleos de Venezuela) es producto es la falta de inversión que tiene más de seis años y a decisiones que llevaron a la industria a ocuparse de actividades que nada tenían que ver con el sector petrolero y que al mismo tiempo provocó el éxodo de personal calificado, una deuda externa que supera los 84 mil millones de dólares, dos años con pérdidas consecutivas y desde 2011 una marcada caída de su producción, ‘que en nada tienen que ver con las sanciones impuestas por Estados Unidos”.

Pero hay algo que inquieta más, que nos acerca a una de esas películas apocalípticas que parecían reservadas para el cine y la televisión, y que ahora se apoderaron de nuestras casas, de nuestras calles, de nuestro país.

Nos referimos al hecho de que las limitaciones para abastecerse de otros bienes imprescindibles son cada vez mayores.

Y para no hacer largo un cuento que hemos padecido todos los ciudadanos de esta nación, preguntemos a los tachirenses y a los zulianos desde cuándo sufren el embargo de lo que debería ser un derecho para los venezolanos. Ellos pueden contar años de esta historia marcada por las limitaciones en las estaciones de servicio.

Preguntemos a ellos también si la situación ha cambiado. Si las diversas tácticas implementadas desde el poder para una supuesta racionalización del consumo de gasolina, han mejorado su suministro. O si, por el contrario, la situación empeora con el tiempo.

Lo mismo podemos preguntar a propósito de cualquier bien o servicio que haya sido atrapado por estos mecanismos limitantes del libre flujo en Venezuela. Ninguno de estos controles ha traído una auténtica racionalización de la mercancía limitada, en función del bienestar de la gente. ¿Por qué esta nueva idea debería hacerlo?

O quizá quepa más bien admitir, de una buena vez, que no hay solución a la vista. Que los proponentes de este nuevo cepo a la calidad de vida nacional no saben cómo hacerlo, no tienen ni idea de cómo escapar de esto y que, por lo tanto, nos seguiremos empantanado en las limitaciones hasta que no se cambie radicalmente la forma de administrar los bienes de este país tan rico como extraviado.


El suministro de gasolina se encuentra, desde nuestro punto de vista, en un espiral descendente que no va a frenar en su insistente carrera hacia abajo.  Volviendo a la citada entrevista con Quiroz, se nos arroja el ilustrador dato de que “de 1765 estaciones de servicio, 255 han tenido que cerrar”. Sencillamente porque no tienen producto que expender.

Y esto también tiene que ver con una errada concepción de que, por ser un país petrolero, la gasolina debe costar menos. Algo que no se practica en ninguna otra nación productora, donde los ciudadanos pagan a precio de mercado este suministro.

Dirán algunos, y con toda razón: ¿cómo vamos a hacer esto, si los ingresos promedios del venezolano están muy por debajo se otros países? Cierto. Es el problema cuando no hubo foco en crear riqueza, sino más bien en destruirla. Triste, cuando nuestra patria tiene todo para hacernos privilegiados. Solamente hace falta gerencia y liderazgo en el poder. Amanecerá y veremos.

David Uzcátegui
@DavidUzcategui
@DUzcategui

 
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