En medio de una compleja
situación nacional, donde ya nada parece asombrar, se encienden las alarmas
ante los repetidos episodios de fallecimiento de niños por problemas extremos
de salud. Problemas que, en un país normal, hubieran podido ser atajados tempranamente
y revertidos en forma absoluta. Pero es que la Venezuela de hoy merece
cualquier calificativo, menos el de normal.
A la hora de escribir estas
líneas, ya se reportaba el deceso de una sexta criatura. Se trata de la pequeña
Nicole Díaz, de tres meses de nacida, quien tenía 28 días hospitalizada. Le
habían diagnosticado meningitis y el desenlace fatal tuvo lugar en el hospital
J. M. de los Ríos.
Nicole se suma a Yoider Carrera,
de dos años; Erick Altuve, de once años; Yeiderbeth Requena, de ocho años;
Giovanni Figuera, de seis años y Robert Redondo, de siete años en la dolorosa
cuenta de este mayo fatal.
Como es común cuando las
situaciones llegan a semejante nivel de descomposición, esto no se originó
ahora ni apareció de la nada. Es la punta del iceberg, la consecuencia, de una
vergonzosa historia.
Indolencia, insensatez,
irresponsabilidad, han ido minando el tejido social venezolano en estas últimas
dos décadas, en las cuales se trató de imponer un modelo inviable que nos ha
explotado en la cara. Y como siempre, la soga revienta por lo más delgado. En
este caso, por la salud y por la niñez.
Llena de indignación que, en este
caso, el manejo de la nación por parte de quienes han tenido en sus manos todo
el poder durante veinte años, se lleva ahora por delante la vida de nuestros
menores.
Provoca vergüenza ajena
contemplar cómo, en nuestro propio país, los padres de pequeños que atraviesan
situaciones límite, tienen que implorar por la vida de sus hijos, como si se
tratara de una concesión divina y no de un derecho adquirido. Pero lo que es
peor aún: indigna la absoluta ausencia de respuesta, que ha conducido hasta el
momento, a seis desenlaces fatales en menos de un mes.
Y como decimos, esta tragedia
colectiva es apenas lo que podemos ver, la superficie, la consecuencia de un
mal mucho más largo y profundo. Por lo tanto, es necesario sumergirnos en las
aguas turbias de lo que hay más abajo, para poder acercarnos a la comprensión y
a la solidaridad que reclaman estos hechos tan devastadores.
Por ejemplo, a través del
seguimiento que se puede hacer a estas noticias, nos enteramos de la bomba de
tiempo que sigue latente en medio de este panorama y que amenaza con arrojarnos
cifras aún más trágicas en los próximos días.
Los hospitales venezolanos
aglutinan a en sus puertas a padres desesperados que claman por acciones
inmediatas y contundentes. Se trata de hombres y mujeres desgastados por la
lucha contra un sistema que va de lo ineficiente a lo hostil, que los lleva a
la desesperanza y que convierte al temor en la primera piedra que pesa sobre
sus respectivos pechos.
Ponerse en el lugar de ellos, es
algo que no consigue palabras para poder explicarse.
La falta de respuestas, por parte
de quienes sencillamente no las tienen, es un acto de crueldad exponencialmente
multiplicada contra quienes atraviesan la prueba más dura que puede enfrentar
cualquier persona: ver la salud de su hijo en riesgo. En un riesgo que no es
reconfortado por nada ni por nadie, ya que todos sabemos que parecemos abandonados
a la buena de Dios. Estamos en una nación donde no vemos por ninguna parte a
alguien que se responsabilice por la estructural ineficiencia del sistema de
salud.
¿Cuántas familias venezolanas
están temiendo en estos momentos por la vida de sus pequeños? ¿Cuánta fuerza
necesitan un padre y una madre para luchar a solas contra semejante adversidad?
Adversidad que, de por sí, es inimaginablemente dura. Pero que se puede sentir
como invencible cuando sabes que no hay nadie a tu lado y que, por el
contrario, los obstáculos se multiplican porque un gobierno no atendió sus
obligaciones.
El discurso no sirve cuando no se
corresponde con las acciones. Las palabras bonitas se convierten papel mojado,
cuando la realidad es aplastante. Trágicamente, estamos ante una máquina
creadora de frases, de eslóganes políticos y de discursos etéreos que no sirven
para esconder la mayor de las tragedias que hemos presenciado los venezolanos.
Contrasta este negro momento de
nuestra historia con aquella afirmación de Simón Bolívar que aseguraba: “El
Sistema de Gobierno más perfecto, es aquel que produce la mayor suma de
felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de
estabilidad política”. ¿De qué manera se puede calificar a un sistema que está
trayendo la mayor suma de dolor a los hogares venezolanos? Quizá, como el que
produce la mayor de las vergüenzas, al ser inútil ante el dolo de los más
inocentes, de lo más sagrado.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui