El trabajador venezolano llegó a
la fecha que debería ser para celebrar su día, en el marco del más desolador
panorama que pueda recordar. Una efeméride que supone ser festiva, dejó de
serlo desde hace rato, y la atmósfera que la rodea es cada vez más dramática.
Lo cierto es que nuestros
trabajadores recibieron este primero de mayo con un poder adquisitivo ínfimo,
debido al deterioro de su salario en la capacidad para adquirir bienes y
servicios; mientras paralelamente se hace cada vez más difícil el acceso a los
mismos por las circunstancias en las cuales se encuentra sumido el país.
¿Cuál es el lugar de la clase
trabajadora en una nación que ha visto mermar persistentemente su
productividad? Porque el pan nuestro de cada día en los últimos años ha sido el
cierre de empresas, la escasez de insumos para producir y el omnipotente
Estado-empleador, el patrono más grande del país, que se ha convertido en un
monopolio en este sentido, restando a la libre empresa y a la competitividad,
que son elementos clave para potenciar los ingresos de quienes viven de un
oficio, de lo que saben hacer.
En este país ya no se cae desde
hace mucho rato en el fatuo deslumbramiento de un aumento salarial decretado
desde el poder. Y esto se debe a que, para que eso sea una buena noticia, debe
producirse en el marco de una economía estable, sólida, firme, en la cual el
aumento en cuestión no se vea devorado por la inflación en cosa de pocos días.
Ya el venezolano aprendió desde
hace rato que la seguidilla de incrementos en el sueldo no es más que la
confesión explícita de cuán deterioradas están las finanzas nacionales. Es el
intento de poner un pañito caliente sobre una situación que se escapa de las
manos, y que al final del día es también intentar apagar el fuego con gasolina,
porque pone más peso sobre los hombros de las escasas empresas que se atreven
aún a operar en nuestro territorio. A esas mismas empresas, puestas contra la
pared, no les queda más que cerrar ante la imposibilidad de cumplir con las
cargas obligatorias que van en aumento, en contraste con la caída de su
productividad y sus ingresos.
Perseguir y criminalizar a la
iniciativa privada tampoco ha sido buena idea. Quienes más han sufrido por ver
mermadas sus posibles fuentes de trabajo han sido, al final del día, los
ciudadanos.
No se han dado para nada las
condiciones que permitan a los emprendedores iniciar sus propios negocios para
con ello no solamente generar su propio sustento, sino incluso propiciarlo para
terceros y con ello, relevar al Estado del peso de responsabilizarse por los
medios de vida de más y más trabajadores.
El tremendismo del discurso –y de
los hechos– que se han vivido en la Venezuela de los últimos años, ha costado
dinero contante y sonante. Dinero que no entra al bolsillo de los padres de
familia, y que genera vacíos en hogares de nuestra tierra.
Tristemente, los mecanismos
tripartitos para obtener beneficios que incrementaran el ingreso real del
trabajador, también han desaparecido. Esos valiosos instrumentos de diálogo,
que involucraban a todas las partes interesadas con el fin de ganar-ganar,
tampoco existen ya.
El sector privado ha mermado
exponencialmente su productividad, el público está exhausto y no puede más con
una nómina de semejantes dimensiones; mientras la iniciativa propia se
encuentra con un muro de impedimentos, que logra disuadir al más optimista.
¿Se le puede pedir más al
trabajador venezolano de estos tiempos? Cuando la realidad es que nos
encontramos incluso ante quienes prefieren renunciar a su empleo, porque nada
más en pasajes gastan más que los ingresos que obtienen. Es más negocio
quedarse en casa.
En síntesis, todo el
planteamiento económico de un proyecto político ha sido absolutamente errado. Y
han sido errores que han degradado la calidad de vida del trabajador
venezolano.
Si de verdad el bienestar del
empleado importa, hay que hacer un profundo, urgente y drástico cambio de
rumbo, el cual debe dejar de lado prejuicios y colocar por delante hechos y
verdades, números y cifras, para poner en color azul los ingresos de la gente.
Propiciar la iniciativa privada,
incentivar las inversiones, enfocarse en el crecimiento del país y hacer más
eficaz al sector público, son tareas impostergables, de cara a la adversidad
del momento que viven hoy los venezolanos que trabajan.
Esta debería ser una iniciativa
que nos convocara a todos. No puede haber nadie en nuestra nación que ponga por
delante de esto ningún otro interés, porque estamos hablando del desarrollo y
del bienestar de los venezolanos, del porvenir de nuestro país. ¿Es eso lo que
queremos todos? Pues vamos a demostrarlos en hechos. Y ojalá para el año
próximo, sí podamos decir que el día del trabajador es un día feliz.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui