Las más sombrías predicciones sobre el destino del
bolívar soberano no solamente se han cumplido, han ido mucho más allá. En cosa
de unos meses, la nueva moneda venezolana ha hecho aguas irremediablemente ante
el dólar, siguiendo el destino de su predecesor, el bolívar fuerte, pero a
mucha mayor velocidad.
El más reciente episodio en esa lucha perdida fue el
pasado lunes 22 de abril, apenas al regresar del asueto de Semana Santa, cuando
el precio oficial del signo estadounidense pasó de 4.113 a 5.200 bolívares soberanos.
Y no se trata de ninguna referencia especulativa, sino de la tasa reconocida
formalmente por el ente emisor nacional.
Para que tengamos una idea de lo rápido que han cambiado
las cosas en este sentido, hacia finales de agosto de 2018 –apenas 8 meses
atrás–, el Banco Central de Venezuela, a través de su página web, informó de
que un dólar estadounidense pasó de costar 2,49 bolívares soberanos a 60, lo
cual significó un aumento oficial superior al 2 mil por ciento en una sola
jornada. La para entonces recién estrenada denominación de la moneda nacional
demostró así lo que todos sabemos: de nada vale cambiar el nombre o eliminar
ceros, si no se sanea primero la economía.
Se trata de recomendaciones que han hecho los más serios
economistas y conocedores del tema, pero que han sido ignoradas una y otra vez
por quienes han conducido las políticas monetarias de un tiempo para acá.
Haciendo un poco de historia, recordemos que el bolívar
fue establecido en 1879 como unidad monetaria por el presidente Antonio Guzmán
Blanco, llevando su nombre en honor a Simón Bolívar, el Padre de nuestra Patria.
Por décadas, tuvimos una de las monedas más fuertes del
mundo, hasta que comenzó su deterioro en los años 80 del siglo pasado. El mismo
llegó a tales niveles que en 2008 se debió recurrir a la primera reconversión
monetaria, en la cual se estrenó la denominación “bolívar fuerte”.
Aquel pañito caliente en su momento recibió críticas que
lucían con fundamento, como ahora comprobamos. De nada serviría el esfuerzo ni
la inversión de crear una nueva moneda, si no se hacía frente a las causas que
habían pulverizado a la anterior, que duró 129 años.
Y efectivamente, a esa primera reconversión de hace poco
más de una década, que le eliminó tres ceros a la moneda, hubo que sumar apenas
diez años después una segunda, la cual eliminó cinco ceros más, para un total
de ocho.
El asunto esta en que, a diferencia del primer intento,
este nuevo signo aguantó por mucho menos tiempo los embates de los errores.
Porque esa y no otra, es la causa de que las monedas engullan vorazmente los
ceros.
¿Cuáles son los desatinos que nos han llevado a niveles
récord de inflación, nunca antes imaginados, y mucho menos experimentados?
En primer lugar, la incomprensión. La economía no recibe
órdenes. Por más que cueste entenderlo y más aún aceptarlo, es una ciencia y
una ley. Cuando un error se comete, se pagarán las consecuencias en un trecho
más adelante, y no hay manera de echarle tierrita al asunto. Y es este el error
garrafal, contado en modo macro, de nuestra Venezuela en lo que va del siglo
XXI. Porque, además, los errores no empezaron ayer. Son de muy vieja data.
Y nos referimos por supuesto, al fabuloso ingreso
petrolero de una década atrás. Una incuantificable fortuna que se despilfarró y
no se ahorró ni mucho menos se invirtió, dejándonos desguarnecidos para los
años de las vacas flacas que tenían que venir, ya que los ciclos del mercado
petrolero son de altas y bajas, como bien deberían saber quienes están al
frente de las finanzas de un país que cuenta con este bien como su mayor
recurso.
El petróleo caro dio la posibilidad de comprar bienes en
el exterior, estrangulando así la producción nacional. Ahora no hay dinero para
comprar afuera, mientras que adentro ya no se produce más. Es lo que en buen
criollo llamaríamos el “ratón” después de la fiesta.
Y en un mercado donde hay pocos bienes y muchos compradores,
estos bienes se encarecen. Es la manera más sencilla de explicar la inflación.
Lleve usted esta explicación a niveles exponencialmente
complejos, multiplicados por la reiteración de las decisiones desacertadas y
obtendrá una moneda incontrolable, aderezada nada más y nada menos que por la
desconfianza de la gente, que no ve en el horizonte intención alguna de
rectificación por parte de quienes nos adentraron en este callejón sin salida.
Es esto una tormenta perfecta para no tener confianza alguna en la nueva
moneda, que nació con plomo en el ala.
Ya no cabe duda, tras la reiteración de los desatinos,
que la única salida es un drástico cambio de rumbo. Pero mientras este no se
implemente, es el venezolano de a pie quien sigue cargando en su espalda con el
peso de esos ceros que se reproducen como monte a la derecha de la moneda.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui