Definitivamente Venezuela no
puede seguir corriendo la arruga respecto a la situación que actualmente
atraviesan los servicios públicos de nuestro país. Y esto pasa por tareas como
preguntarnos a qué se debe que hayamos llegado a esto, además de cómo podemos
superarlo.
“Se pierde la razón de existencia
del Estado cuando este no vela, cuida ni asegura la prestación eficiente y
oportuna de los servicios públicos fundamentales, cuando no rinden cuenta sus
funcionarios a cargo, y cuando los entes controladores y reguladores no aplican
las sanciones previstas en la Ley”, señaló el planificador ambiental y social
Hernán Papaterra, en nota publicada en el diario El Universal, el 7 de agosto
de 2018.
Si bien es cierto que, mirando
hacia atrás, nuestra nación jamás contó con servicios óptimos de luz,
telefonía, transporte, aseo, gas o aguas, sí es también verdad que en algún
momento se contó con estándares bastante aceptables y sobretodo, con la
voluntad y el propósito de mejorar las cosas. Y, sobre todo, con la certeza de
que era posible mejorarlas.
Había sentido de lo que era el
progreso, y era a lo que todos aspirábamos: a nuestro derecho de ser respetados
como ciudadanos, tanto desde la administración pública como desde los
prestadores de servicios privados.
Baste como ejemplo aquel elevado
nivel de calidad del Metro de Caracas, que se convirtió en referente de un
transporte masivo de vanguardia y que enorgullecía a sus usuarios de tal
manera, que eran ellos los primeros y muy celosos cuidadores de su integridad y
eficacia.
Desde nuestra perspectiva, se han
cometido varios errores garrafales en las dos últimas décadas. Y eso es lo que
estamos pagando hoy.
El primer error fue sin duda la
nacionalización. Cargar a la administración pública con la responsabilidad de
tareas que pueden ser acometidas por la empresa privada, es una ruta segura al
fracaso.
En el caso particular de
Venezuela, la nación se sobrecargó con la tarea de ofrecer servicios que, si
bien no eran los mejores para el momento, ya tenían buenos estándares de
prestación. Y el reto era superarlos. Sin embargo, esto no se logró. Muy por el
contrario, los niveles han descendido dramáticamente, y no se ve solución al
final del túnel.
La nacionalización trajo otro
pecado capital: el rellenar la nómina de estas empresas con personal
políticamente afín al gobierno de turno, por encima de la opción de buscar
personal adecuadamente calificado.
El entender la prestación de
servicios básicos como una posibilidad de hacer propaganda al modelo de gobierno
imperante, comprometió de manera muy delicada la calidad del servicio ofrecido.
Porque si bien pensamos que estos
aspectos de la vida ciudadana deben estar en manos de particulares, también es
verdad que toca al gobierno supervisar y garantizar la eficiencia en la
operación, por parte de quienes sean favorecidos con estas concesiones.
Por si fuera poco, la excelencia
en los servicios públicos permite optimizar la calidad de vida de la gente, al
optimizar su día a día y propiciar que puedan enfocar su atención en la
familia, los estudios y el trabajo. En dos palabras, crecer como seres humanos.
En el lado opuesto, el lidiar con
falencias en los mismos significa pérdida de tiempo y energía, es un torpedo en
la línea de flotación para las tareas cotidianas, consume energía, roba el foco
y nos hace a todos menos eficientes, limitando también nuestra capacidad de
disfrute y de compartir con los nuestros.
Es adicionalmente uno de los más
eficaces instrumentos para profundizar las diferencias entre ciudadanos, ya que
quienes ostentan mayor poder adquisitivo siempre podrán pagarse suplidores de
mayor calidad, mientras los que no tienen opción deben conformarse con una
calidad que dista de la merecida, de la que es su derecho.
También es clave la educación
ciudadana. Y al mencionar este aspecto, nos referimos al derecho que tiene la
gente de exigir calidad en el servicio. Y al deber que tiene el gobierno de
ofrecerlo, sea a través de organismos privados o tomando para sí mismo esta
responsabilidad.
Pareciera que la gente no tiene
derecho a alzar su voz cuando lo que recibe es menos que bueno. Y esto es una
anormalidad que debe ser superada con urgencia.
Por otra parte, el apuntar a la
excelencia en tales tareas es sin duda otra manera de empujar la prosperidad
del país.
Es urgente e importante enfocar
este sector de la economía como un potenciador del bienestar económico, para la
creación y multiplicación de riqueza, así como para su distribución entre los
habitantes de un país.
La nación y la ciudadanía merecen
servicios públicos de primera, y más allá de eso, tenemos la posibilidad de
crearlos, mantenerlos y disfrutarlos. Solamente necesitamos la voluntad de
hacerlo.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui