De nada sirve a una nación tener
una colección de próceres, si esta no inspira a sus ciudadanos a buscar el
mayor bien posible para el país aquí y ahora. Los venezolanos ciertamente somos
muy afortunados en ese sentido, ya que hemos tenido hombres ejemplares en
nuestra historia, aunque el pedestal de gloria evita que los sintamos cercanos
y nuestros, como debería ser.
En esta oportunidad compartimos
esta reflexión a propósito de Antonio José de Sucre, conocido como El Gran
Mariscal de Ayacucho. Y nos vino a la memoria porque hace pocos días celebramos
un nuevo aniversario de su natalicio, acontecimiento fechado el 3 de febrero de
1795.
Fue hijo de una familia pudiente
y con arraigada tradición militar, lo cual hizo que su destino pareciera estar
escrito en el ejército. Su madre falleció cuando él tenía siete años y se
enroló en una academia militar. Allí aprendió matemáticas y artillería, además
de valores como la lealtad y la disciplina, que le servirían para los exigentes
compromisos que le esperaban en su vida.
En las páginas de nuestra
historia está retratado quizá como el más humano de nuestros próceres. El de
mayor bonhomía y el más transparente en su sentir; sin que por ello dejara de
tener el empuje y la determinación ejemplares que le permitieran jugar un papel
determinante, no solamente en la Independencia venezolana, sino en la de otras
naciones.
Sucre fue uno de los héroes de la
independencia latinoamericana más alabados y queridos. Se destacó como militar
en las diversas victorias que logró en los campos de batalla, evidenciando su
talento natural para dirigir tropas.
De esta manera consiguió triunfos
esenciales para liberar al continente del dominio español, siendo la Batalla de
Ayacucho su mayor victoria bélica. Como político ejerció la presidencia de
Bolivia y se preocupó por los servicios públicos y el correcto funcionamiento
del gobierno.
Fue riguroso en el cumplimiento
de las penas por crímenes o hechos de corrupción, pero también se dice que fue
piadoso y justo con los vencidos.
Adicionalmente, propició causas
relacionadas con la abolición de la esclavitud y un trato más humano hacia los
indígenas. Por si fuera poco, resaltó como diplomático a la hora de participar
activamente en el Armisticio de 1820. Fue, en resumen, una de las figuras más
completas de la época independentista de nuestra América.
Como lo expresa muy acertadamente
el historiador Tomás Polanco Alcántara, "el símbolo de la continuidad de
Bolívar era Antonio José de Sucre. Paulatinamente, por su talento personal, por
sus dotes intelectuales y por su espíritu altivo, digno y limpio, Sucre se fue
convirtiendo en el complemento indispensable de Simón Bolívar. Respetado por
los argentinos, los chilenos y los peruanos, admirado por los bolivianos y
quiteños, sin enemigos en Venezuela y en la Nueva Granada y con todos sus
antecedentes, Sucre estaba destinado a ser el natural sucesor de Bolívar".
Y quizá su mejor característica
fue el desprendimiento. Supo entregar el poder cuando la circunstancia lo
obligó a hacerlo, como también –según los historiadores– lo supo ejercer con el
carácter necesario. No se apegó a él ni mucho menos a abusar del mismo. Desde
lo que sabemos, lo utilizó como instrumento de bien hasta donde pudo, hasta donde
las mezquindades humanas se lo permitieron.
Movió con genio las piezas de la
guerra, aunque lo que nos llega de él nos lo pinta como un hombre de paz.
Suponemos que no le debe haber sido fácil transitar por esos cruentos caminos;
pero al verse en la circunstancia cumplió el compromiso de manera ejemplar.
Otra de sus características fue
la fidelidad inquebrantable a Simón Bolívar, más allá de los numerosos momentos
adversos que debieron enfrentar ambos. Incluso, después de sus logros en la
guerra de independencia, tuvieron que afrontar los reveses que todos ya
conocemos como historia. Pero eso no impidió que permanecieran en la misma
trinchera, trabajando por lo que consideraban el mejor destino para nuestras
naciones, hasta el final.
A principios de 1830, cuando ya
era evidente que se desintegraría, la Gran Colombia convocó en Bogotá el que
sería su último congreso. Tras hacer acto de presencia en el lugar, Sucre salió
de Bogotá camino de Quito.
En una emboscada en Berruecos,
fue asesinado el 4 de junio de 1830. Se le atribuye su muerte a José María
Obando, jefe militar de la provincia de Pasto. Al escuchar las noticias de su
muerte Bolívar dijo: "Lo han matado porque era mi sucesor".
No somos amigos de glorificar a
seres humanos, por más hazañas que hayan completado; sin embargo, la figura de
Sucre merece una revisión de su vida. Y sí, hay que valorarla más por su
tenacidad, por la adversidad de su momento histórico y por haberse impuesto a
las enormes pruebas que enfrentó.
David Uzcátegui
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