viernes, 1 de febrero de 2019

“Balance de dos décadas”

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El 2 de febrero de 1999, un país creyó. Tomó posesión de la Presidencia de la República un hombre que había prometido demoler los cimientos de una nación para reconstruirla de manera nueva, de una forma que sedujo a la mayoría de quienes fueron a votar; mientras provocó reservas en no pocos.

Hugo Rafael Chávez Frías caracterizó su campaña electoral con el tremendismo de su discurso, sacudiendo así a un país que estaba cansado de un círculo vicioso que no sabía ir más allá en los requerimientos de la ciudadanía.

Pero lo que vendría, ¿era mejor o peor? Era la pregunta que muchos se hacían y que fomentaba dudas en los primeros tiempos del nuevo mandatario. Y la mayoría optó por creer, estrenándose el nuevo funcionario con una popularidad que rondaba el 80%

Se dice que una de las mayores virtudes de Hugo Chávez fue incluir a los venezolanos más desposeídos. Sin embargo, también cabe preguntarse en qué los incluyó. Porque ciertamente lo hizo en su discurso y los volvió eje del mismo.

Sin embargo, al día de hoy, son justamente ellos, por quienes decía trabajar, las víctimas que mas han sufrido y que más sufren los numerosos desaciertos en la administración del país.

Quizá el mayor de todos los errores del chavismo fue continuar adelante con la perniciosa dependencia del petróleo para sustentar a toda una nación. Y no solamente continuaron con esa garrafal equivocación histórica, tantas veces cuestionada por intelectos sobresalientes como los de Arturo Uslar Pietri y Juan Pablo Pérez Alfonso. Más allá, sencillamente se confió el proyecto político en esta característica de nuestro país. Y por ello, la convirtieron en la única tabla de salvación.

Y es que las utopías y los idealismos se enfrentan con una cruel realidad cuando se toma el poder: se necesita dinero. El chavismo lució viable mientras los precios del petróleo se mantuvieron astronómicamente altos. Con el barril por encima de los cien dólares, hubo dinero para todo, absolutamente para todo, y aún sobraba.

Este fue el espejismo con el cual el chavismo cerró su primera década y arribó a la segunda: sí era posible la “revolución bonita”. Era viable, había dinero en la calle, como se acostumbraba a decir. Y vendía una imagen de éxito ante el mundo.

Pero fue un dinero tremendamente mal administrado. No se invirtió. No se pensó en educación, en futuro, en recurso humano, que es la riqueza real de un país.

No se ahorró, como han hecho prudentemente países de la talla de Noruega, que descubrió su petróleo mucho después que nosotros y hoy es un país estable, donde a sus ciudadanos no les falta lo necesario. Y lo es porque el dinero proveniente de la riqueza petrolera se ahorró y se invirtió.

Los recursos que ingresan por este concepto se han manejado con tal tino, que las altas y bajas en el mercado mundial no son sentidas por sus ciudadanos. Aquella riqueza se manejó tan acertadamente que ahora brinda prosperidad y bienestar por sí misma.

Y ahora que hablamos de industria petrolera, otro desatino fue sin duda el prescindir de la gente calificada para manejarla. El ponerla en manos de personas que tuvieran afinidades políticas e ideológicas, marcó el declive de la industria petrolera venezolana. Y si se pretendía jugar a la viabilidad de la revolución contando con el recurso suministrado por Petróleos de Venezuela, una decisión así era doblemente suicida. Algo que solamente podemos medir a la luz de las dos décadas que han transcurrido.

En paralelo, el apetito de poder fue tal, que no se quiso compartir con nadie. Otro error que torpedeó a Venezuela como país. La iniciativa particular se estigmatizó, cortando las alas a la industria privada. El Estado se hizo omnipotente y pretendió abrogarse para sí todas las responsabilidades, en un ejercicio de prepotencia que tarde o temprano se iba a volver contra él mismo.

Y es que un país se construye entre todos, entre muchos, en equipo. Pero esto jamás se entendió.

El mismo recurso petrolero que iba a servir para cimentar ese proyecto ideológico, sirvió para un juego perverso: importar bienes de consumo subsidiados, a precio que dejara a los productores particulares fuera de competencia.

Con la empresa privada fuera de juego, no era difícil predecir lo que sucedería cuando los precios del petróleo se desplomaran, algo que siempre va a suceder, por los ciclos naturales de ese mercado. Y sucedió. Nos quedamos sin importaciones y ya no había industria nacional.

La revisión de lo que han sido estas dos décadas de un polémico proyecto político llevado a la realidad, podría llenar páginas y páginas, pero baste decir que, para incluir a unos, no es necesario excluir a otros. Que la soberbia siempre es mala consejera. Y que todo líder político responsable debe sacar bien sus números.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

 
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