La reciente conmemoración del 23
de enero de 1958, reavivó en la ciudadanía venezolana un notable interés en esa
fecha histórica. Y no es para menos, ya que los mayores la recuerdan como una
verdadera épica de nuestro gentilicio; mientras para los más jóvenes la
efeméride está sembrada de dudas. ¿Qué sucedió ese día?
Al despuntar la madrugada de
aquella fecha, abandonó el país Marcos Pérez Jiménez, quien había llegado al
poder tras una asonada militar que depuso al maestro y escritor Rómulo
Gallegos, primer presidente electo por voto universal, directo y secreto de los
venezolanos en el siglo XX.
Ese día se corrigió, una vez más,
otro de esos rumbos torcidos que nos han emboscado a los venezolanos. Los
líderes de aquellos momentos, al igual que los venezolanos de a pie, destacan
la unión en el propósito como el motor que hizo posible un cambio radical en la
conducción del país.
Pero sin duda, el perezjimenismo
es, al día de hoy, aún polémico. ¿Por qué? Pues porque aquel período se
caracterizó por una notable transformación del medio físico venezolano, algo
que se amparó bajo el lema de “Nuevo Ideal Nacional”.
Nacieron autopistas, rascacielos,
construcciones importantes. La imagen de la Venezuela de entonces era de
progreso.
¿Cuál era entonces el problema?
Nada menos que la falta de democracia.
Marcos Evangelista Pérez Jiménez
llega al poder, como dijimos, tras el derrocamiento de Gallegos. Integra una
Junta Militar encabezada por Carlos Delgado Chalbaud, quien poco después fue
asesinado en circunstancias nunca totalmente aclaradas, dejando a Pérez Jiménez
en el poder.
Para regularizar la situación,
hubo elecciones a Asamblea Nacional Constituyente, que según los testimonios de
la época, fueron ganadas por la oposición. Un triunfo que fue desconocido y que
costó el exilio al dirigente Jóvito Villalba, del partido Unión Republicana
Democrática.
Años después, ya en 1957, se
llega al punto en el cual hay que celebrar elecciones presidenciales. Aquel
gobierno las sustituyó por un plebiscito, que no era constitucional ni escondía
suficientemente la falta de celebración de los comicios que tocaban en la
fecha.
Es esto lo que precipita el
descontento masivo entre la gente. La suma de estos hechos apuntaba a que Pérez
Jiménez tenía todo listo para eternizarse en el poder.
Cabe aquí la pregunta: ¿era el
progreso material que se veía por aquellos años, la moneda de cambio para
comprar una presidencia vitalicia?
Lo más interesante —desde nuestro
punto de vista— es que a los venezolanos se les planteó un dilema ético que
resolvieron sin dudar: no había prebenda física que fuera lo suficientemente
valiosa como para sacrificar los valores democráticos.
Existió, para el momento, un
valioso contrato social tácito entre los venezolanos. Aquel régimen había
traído progreso; pero no era suficiente. Se quedaba a medio camino.
Para muchos, entender el
perezjimenismo y su desenlace pasa por mirar hacia la dictadura de Juan Vicente
Gómez, quien se aferró al poder durante 27 años, hasta su muerte.
Recordemos aquella “Generación
del 28”, estudiantes universitarios que ofrecieron muestras de rebeldía ante un
gobierno de signo rural y decimonónico. La educación despertaba conciencias y
hacía entender que los venezolanos teníamos derecho a mucho más.
Tras el fallecimiento de Gómez en
1935, Venezuela inicia un largo camino hacia el siglo XX, que para muchos aún
no llegaba al país. Por encima de las idas y venidas del poder, la conciencia
cívica sin dudas avanzó más allá de los reveses, por debajo de lo que era obvio
en la superficie.
Y llegó a ese punto de solidez
suficiente en 1957, cuando se multiplicó la voz: era un derecho tener un
destino mejor. La legendaria pastoral de Monseñor Rafael Arias Blanco, el Día
del Trabajador de ese año, fue la primera manifestación pública, a la cual se
unió todo el país en cosa de meses.
No se querían ni se necesitaban
mesías, caudillos o líderes predestinados. El objetivo era un presidente
electo, un servidor público que rindiera cuentas, que se sometiera a la
Constitución, a las leyes y respetara en convivencia a los otros poderes
públicos independientes.
Y esa es la gran lección de aquel
día de 1958. Cuando remamos todos juntos en la misma dirección, podemos
alcanzar objetivos que parecen imposibles. No tenemos que conformarnos con un
país menor al que merecemos.
Una nación se funda sobre valores
intangibles de ética y respeto, solamente entonces el progreso y el bienestar
material vendrán y tendrán un significado. Hay pilares intelectuales y
espirituales que no pueden ser sacrificados, comerciados o vendidos a cambio de
nada. Dejamos aquí esas reflexiones, 61 años después. Somos otras generaciones,
pero también somos la misma Venezuela.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui