viernes, 25 de enero de 2019

“23 de enero, para no olvidar”

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La reciente conmemoración del 23 de enero de 1958, reavivó en la ciudadanía venezolana un notable interés en esa fecha histórica. Y no es para menos, ya que los mayores la recuerdan como una verdadera épica de nuestro gentilicio; mientras para los más jóvenes la efeméride está sembrada de dudas. ¿Qué sucedió ese día?

Al despuntar la madrugada de aquella fecha, abandonó el país Marcos Pérez Jiménez, quien había llegado al poder tras una asonada militar que depuso al maestro y escritor Rómulo Gallegos, primer presidente electo por voto universal, directo y secreto de los venezolanos en el siglo XX.

Ese día se corrigió, una vez más, otro de esos rumbos torcidos que nos han emboscado a los venezolanos. Los líderes de aquellos momentos, al igual que los venezolanos de a pie, destacan la unión en el propósito como el motor que hizo posible un cambio radical en la conducción del país.
Pero sin duda, el perezjimenismo es, al día de hoy, aún polémico. ¿Por qué? Pues porque aquel período se caracterizó por una notable transformación del medio físico venezolano, algo que se amparó bajo el lema de “Nuevo Ideal Nacional”.

Nacieron autopistas, rascacielos, construcciones importantes. La imagen de la Venezuela de entonces era de progreso.
¿Cuál era entonces el problema? Nada menos que la falta de democracia.

Marcos Evangelista Pérez Jiménez llega al poder, como dijimos, tras el derrocamiento de Gallegos. Integra una Junta Militar encabezada por Carlos Delgado Chalbaud, quien poco después fue asesinado en circunstancias nunca totalmente aclaradas, dejando a Pérez Jiménez en el poder.
Para regularizar la situación, hubo elecciones a Asamblea Nacional Constituyente, que según los testimonios de la época, fueron ganadas por la oposición. Un triunfo que fue desconocido y que costó el exilio al dirigente Jóvito Villalba, del partido Unión Republicana Democrática.

Años después, ya en 1957, se llega al punto en el cual hay que celebrar elecciones presidenciales. Aquel gobierno las sustituyó por un plebiscito, que no era constitucional ni escondía suficientemente la falta de celebración de los comicios que tocaban en la fecha.

Es esto lo que precipita el descontento masivo entre la gente. La suma de estos hechos apuntaba a que Pérez Jiménez tenía todo listo para eternizarse en el poder.
Cabe aquí la pregunta: ¿era el progreso material que se veía por aquellos años, la moneda de cambio para comprar una presidencia vitalicia?

Lo más interesante —desde nuestro punto de vista— es que a los venezolanos se les planteó un dilema ético que resolvieron sin dudar: no había prebenda física que fuera lo suficientemente valiosa como para sacrificar los valores democráticos.

Existió, para el momento, un valioso contrato social tácito entre los venezolanos. Aquel régimen había traído progreso; pero no era suficiente. Se quedaba a medio camino.
Para muchos, entender el perezjimenismo y su desenlace pasa por mirar hacia la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien se aferró al poder durante 27 años, hasta su muerte.

Recordemos aquella “Generación del 28”, estudiantes universitarios que ofrecieron muestras de rebeldía ante un gobierno de signo rural y decimonónico. La educación despertaba conciencias y hacía entender que los venezolanos teníamos derecho a mucho más.

Tras el fallecimiento de Gómez en 1935, Venezuela inicia un largo camino hacia el siglo XX, que para muchos aún no llegaba al país. Por encima de las idas y venidas del poder, la conciencia cívica sin dudas avanzó más allá de los reveses, por debajo de lo que era obvio en la superficie.

Y llegó a ese punto de solidez suficiente en 1957, cuando se multiplicó la voz: era un derecho tener un destino mejor. La legendaria pastoral de Monseñor Rafael Arias Blanco, el Día del Trabajador de ese año, fue la primera manifestación pública, a la cual se unió todo el país en cosa de meses.

No se querían ni se necesitaban mesías, caudillos o líderes predestinados. El objetivo era un presidente electo, un servidor público que rindiera cuentas, que se sometiera a la Constitución, a las leyes y respetara en convivencia a los otros poderes públicos independientes.

Y esa es la gran lección de aquel día de 1958. Cuando remamos todos juntos en la misma dirección, podemos alcanzar objetivos que parecen imposibles. No tenemos que conformarnos con un país menor al que merecemos.

Una nación se funda sobre valores intangibles de ética y respeto, solamente entonces el progreso y el bienestar material vendrán y tendrán un significado. Hay pilares intelectuales y espirituales que no pueden ser sacrificados, comerciados o vendidos a cambio de nada. Dejamos aquí esas reflexiones, 61 años después. Somos otras generaciones, pero también somos la misma Venezuela.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

 
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