sábado, 7 de abril de 2018

“Vacacionar en Venezuela”

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A propósito del más reciente asueto nacional, con motivo de la Semana Santa, mucha gente ha puesto sobre el tapete el hecho de que cada vez se hace más difícil aprovechar los días libres para conocer más nuestro país.

Se trata de una situación extremadamente lamentable, pues los venezolanos siempre hemos presumido, y no sin razón, de tener una de las naturalezas más generosas del continente.

Desde nuestro punto de vista, es particularmente triste que nos veamos limitados para mostrar a nuestros hijos y para disfrutar con ellos, una geografía que en el pasado recorrimos con tanta libertad.

El primero de los obstáculos sería sin duda, el económico. No necesitamos abundar en el escenario que transitan hoy la gran mayoría de familias venezolanas, donde evidentemente las prioridades a cubrir dejan en niveles de imposibilidad la recreación y el esparcimiento, merecidos por demás para los trabajadores y necesarios para niños, niñas y adolescentes en el marco de su desarrollo.

Sin embargo, en el caso de que pudiera haber una cierta disposición a entregarse durante los asuetos a conocer y disfrutar más del país, las adversidades que se enfrentan son tantas, que harían desistir al más optimista.

Mencionemos por ejemplo, el asunto de la electricidad. Sea por sabotaje, por reveses de la naturaleza o por falta de mantenimiento, la irregularidad en el suministro eléctrico es algo democráticamente repartido en todo el territorio nacional, con las consecuencias por demás conocidas.

Sabemos que nos atenemos a fallas en la iluminación de las vías y de las ciudades, a que no encontremos aire acondicionado en el lugar a donde nos dirijamos, a que servicios como la comida o las comunicaciones fallen. Y obviar esto es imposible, si nos disponemos a viajar. Especialmente porque sabemos que lo sufrimos en nuestra vida cotidiana y que no vamos a poder alejarnos de ello en nuestras vacaciones.

Adicionalmente, el asunto del transporte tampoco la pone fácil. El carro propio se piensa dos veces para usarlo, porque las refacciones no andan precisamente abundantes o económicas. Y por estas mismas causas, cualquier clase de transporte colectivo tampoco se cuenta entre los más fáciles.

Todo esto conforma un cuadro muy lamentable, ya no solamente por lo que nos perdemos quienes quisiéramos viajar por nuestra tierra y sabemos que tal propósito constituye una guerra de obstáculos, sino también porque teníamos una tradición turística que está desapareciendo.

Venezuela siempre ha tenido los activos naturales necesarios para ser una potencia turística, sin embargo, no hay un plan para aprovecharlos. En este sentido, la iniciativa particular, materializada en alternativas como pensiones, posadas, servicios de transporte o lugares para comer, había conseguido convertirse en una fuente de sustento para muchas familias en todo nuestro territorio.

Sin embargo, con la mengua del flujo de viajeros, muchos han desistido de estos negocios, otrora lucrativos. Unos cuantos se han dedicado a ver de qué manera se buscan la vida, mientras otros más han emprendido la aventura en otras latitudes.

No solamente nos perdemos de las famosas bellezas naturales de nuestro territorio, sino también de la hospitalidad de su gente, y se desvanece para colmo lo que podría ser una industria de referencia mundial, un ingreso alternativo para nuestra economía y una actividad que posicionara en lo más elevado el nombre de Venezuela en el mundo.

Porque otra realidad que torpedea a la posibilidad de hacer prosperar nuestro turismo es la desaparición de nuestro país de los mapas de numerosas rutas aéreas internacionales.

Es sumamente lamentable el desacuerdo que quienes hoy gobiernan mantuvieron con la aviación proveniente del exterior, que llevó a muchas de sus aerolíneas a dejar de tocar tierra venezolana, mientras las escasas que permanecen lo hacen con una frecuencia mínima.

Nos hemos perdido también del orgullo de esos visitantes extranjeros contemplando boquiabiertos las bendiciones que caracterizan a la venezolanidad.

Digamos como el Premio Nobel de la Paz, Martin Luther King: Yo tengo un sueño. Y es que a la belleza natural se sume la infraestructura, que bien puede salir de la riqueza petrolera, de una riqueza que se invierta sabiamente para generar otras industrias.

Que a la bondad y la hospitalidad del venezolano se agregue la formación, porque las grandes potencias turísticas del planeta se levantan sobre la atención y el servicio que los locales brindan a los visitantes.

Terca como es, Venezuela está allí, esperando tiempos mejores para poder brillar con todo lo que siempre ha tenido y seguirá teniendo. Sin embargo, esperamos ver esos tiempos mejores más pronto que tarde. En el turismo, Venezuela también está condenada al éxito.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

 
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