Lunes 3 de septiembre de 2012
Muchos venezolanos
tenemos años diciéndolo: la administración actual es un peligroso coctel de soberbia con ineficiencia, de audacia con falta de
preparación. No se trata de confrontaciones ideológicas o de simpatías
personales. Nuestro punto es que no se está haciendo el trabajo.
Lo medular es ese motor trancado
que tiene casi tres lustros en esa situación y que ha desviado de su curso la
vida de toda la ciudadanía. Y lo más grave es que los desacuerdos en cuanto a
la visión de país han llevado a una ruptura de quienes ostentan el poder con
los sectores productivos y pensantes del país.
Intelectuales, profesionales, estudiantes, sector
productivo, trabajadores. Todos han sido
atropellados, burlados, irrespetados. Todos rompieron con el gobierno, creando
la fractura más profunda de nuestra historia republicana.
La administración pública se
politizó a niveles francamente nocivos, se impuso a troche y moche la voluntad
del líder máximo, y quien osara señalar que sus ejecutorias eran técnicamente
inviables, era automáticamente perseguido y expulsado. No se admite crítica, ni
siquiera la sana, que va en función de mejorar los procesos para el bien del
país y del mismo gobierno.
Personal no capacitado pero
incondicional tomó los lugares de quienes eran
desplazados y se consolidó literalmente una bomba de tiempo. Esa bomba de
tiempo acaba de estallar en el Complejo Refinador
Paraguaná.
Quienes siempre hemos estado en la acera contraria al actual proyecto de gobierno, lo
hemos hecho justamente porque creemos que la incondicionalidad política puesta
por encima de la excelencia laboral, conduce a un callejón sin salida.
Hoy contemplamos el accidente más
grande de nuestros cien años de industria petrolera, el mayor del mundo en los últimos
25 años. Una explosión con una potencia equivalente a 1/15 de la bomba atómica que estalló sobre Hiroshima. Estamos perplejos, indignados, dolidos.
Profundamente heridos como país.
Por encima de la tenaza que les
aplican, los medios de comunicación nacionales e
internacionales nos han llevado los matices del dantesco cuadro que se vive en
Falcón. Familias desgarradas, reconociendo los
cuerpos de los fallecidos, padres buscando a
menores que no aparecen, familias completas que ya no existen.
También se nos pinta un esbozo, un
atisbo de las posibles causas: protocolos de seguridad ignorados, personal sin
pericia, trabajadores ocupados de hacer campaña política en lugar de vigilar
los procesos de una industria extremadamente delicada.
Es todo demasiado
reciente, demasiado confuso. Debemos ocuparnos prioritariamente de lo
humano, del dolor. De aliviar a los sobrevivientes, de consolar a quienes
perdieron a padres, hermanos, esposos.
Pero luego toca exigir cuentas.
Entregamos una nación con todos sus bienes y
recursos a la administración de un grupo de personas
que tiene que respondernos. Se ha lesionado seriamente el nombre de nuestra
principal industria, se han destruido activos claves. Las redes sociales guardan testimonios de quienes vieron
que esta tragedia se veía venir. La memoria y
cuenta de la misma petrolera estatal relata cómo el mantenimiento programado no
se ejecutó adecuadamente.
Se pretende inventar un nuevo
modelo político utilizando como conejillos de indias a todos los venezolanos, a
su territorio y a sus bienes. Esto es inaceptable. Es un problema que reviste
muchas aristas, pero una de ellas es
innegablemente la política. El mismo jefe de la revolución lo dijo: provocó
adrede la crisis al sonar el pito aquel. 10 años
después, su soberbia le estalla en el rostro, y en el rostro de todos nosotros.
*Candidato a Alcalde de
Baruta por la Unidad
*Twitter: DavidUzcategui