Lunes 13 de agosto de 2012
Definitivamente, en el turbulento escenario político nacional, hay que reír para no llorar. Lo decimos por el último episodio de la gran cadena de despropósitos: la gorra de Henrique Capriles. En una campaña electoral tan compleja, en un país conmovido por incontables sucesos, lo que llama la atención del organismo rector de las elecciones es… la gorra.
Quienes estamos aquí adentro y hemos padecido
el recalentamiento de nuestra nación durante década y media, sabemos que hay un
listado interminable de irregularidades –de barbaridades, para ser exactos- que
sí atañen al Consejo Nacional Electoral y que,
cosa curiosa, escapan a su poder de observación.
En tiempos pasados, el uso
de los colores patrios en cualquier acto electoral estaba efectivamente prohibido. Y los
candidatos lo respetaban. Todos.
Recordemos, para quienes tienen corta memoria,
que el primero que intentó violentar la norma de
no utilizar símbolos patrios con propósitos
propagandísticos fue el actual presidente, cuando irrumpió desde los cuarteles
a la vida pública con el llamado Movimiento Bolivariano
Revolucionario 200, o MBR-200. El mismo que utilizó para insurgir con
soldados y armas de la República contra el Estado de Derecho.
El entonces Consejo Supremo Electoral lo atajó,
prohibiéndole apellidar como “bolivariano” su movimiento político. De ahí salió
el “MVR” o Movimiento Quinta República. Se cambió
una letra para pasar agachados y cuidar las formas. Una vez en el poder, le agregaron el adjetivo
“Bolivariano” a todo lo que se les atravesó en el camino, con la nada
disimulada intención de utilizar el nombre del Padre
de la Patria para manipular a su conveniencia el
poder y la política.
Después, fueron ellos también quienes
violentaron la norma de dejar los colores patrios fuera de la contienda, y se
agarraron el tricolor para su parcialidad política, pretendiendo arrebatárselo
al resto de los venezolanos y dejarnos excluidos
de una propiedad que pertenece a nuestro gentilicio todo.
Pero a medida que el desengaño y la indignación
corrían por Venezuela, la ciudadanía espontánea
se apropió de sus colores y no los volvió a soltar.
Posteriormente, el gobierno
“sale del closet” y admite su proyecto socialista públicamente: sus simpatías
con el castrismo, con el comunismo, con la
fallecida Unión Soviética; la copia de sus modos
e intenciones. Y de manera coherente, se uniforman de rojo, cometiendo el
atropello de vestir de rojo instituciones públicas, edificios patrimoniales,
empleados y todo cuanto estuviera al alcance de su mano.
El tricolor siguió siendo patrio y de las
mayorías. Ante el rechazo manifiesto al todopoderoso y grosero rojo, el
oficialismo vistió de tricolor a su candidato y sacó un logo también tricolor,
cuando desde hace rato este era utilizado por la alternativa democrática y su
candidato.
Sólo ven la gorra de Capriles. No ven el
aparataje igualmente tricolor del
candidato-presidente. Ni sus cadenas de radio y TV que superaron las 20 horas
en un mes. Ni la presencia de su imagen en
organismos públicos. Ni una campaña ventajista que no rinde cuentas de sus
fondos.
El tiro les salió por la culata. Venezuela se
uniforma de gorras tricolores como símbolo de justicia y libertad. A los buhoneros se les agotan, recorren las redes sociales, aparecen en estatuas de próceres como
acto de protesta. El mensaje es claro: los
venezolanos estamos hasta la gorra. Y dejaremos constancia de ello con nuestro
voto libre y secreto del 7 de octubre.
*Candidato a Alcalde de Baruta por
la Unidad
*Twitter: DavidUzcategui