viernes, 2 de septiembre de 2011

Art. de Opinión: No lo llame pueblo, llámelo ciudadano

| |

DAVID UZCÁTEGUI | Concejal de Baruta  
Lunes 29 de Agosto de 2011


El gobierno que iba a reinventar la República, llegó al poder con un recurso más que viejo como caballito de batalla: hablar del “pueblo”. Pueblo como masa informe, como colectivo que desdibuja las individualidades, las aspiraciones y necesidades de cada quien. Las capacidades y los matices.

El pueblo soñado de este régimen es obediente, todo rojo rojito, celebra las ocurrencias con euforia y condena a quien se atreva a ser de otro color, a alzar una voz individual que cuestione los disparates que vienen desde arriba.

Pero el pueblo, sobre todo, es la excusa. Es el pueblo quien lo pide. Es el pueblo quien clama para que el caudillo se quede en el poder hasta el 2 mil siempre. Y hay que complacerlo. Es el soberano siempre y cuando su voluntad coincida con la del gobernante. Cuando sucede lo contrario, pasa a ser pitiyanki y apátrida.

El pueblo es capaz de renunciar a sus propios derechos, de entregarlos en un referéndum. El pueblo aún no usa pantalones largos, necesita que un hombre providencial le administre su vida. El pueblo jamás podrá acceder a responsabilidades porque no es capaz.

El pueblo, por lo tanto es muy cómodo para un gobernante con las agallas abiertas. No pide cuentas, todo lo aplaude. El pueblo es el pretexto, todo se le pide. El voto, la lealtad, que marche; nada se le da. Y el pueblo sigue feliz porque no tiene marcos de referencia para evaluar la mediocridad de quien lo gobierna.

Ese es el pueblo ideal de un gobierno que no quiere controles, que sólo ve en él un pretexto para permanecer en el poder utilizando su nombre. Y será quizás por esto que el actual gobierno manosea hasta la saciedad el término “pueblo”.

En la otra acera está ese personaje que mete miedo, que no se reconoce, que sería mejor que no existiera: el ciudadano.

El ciudadano es individuo, es diferenciado, es único. Tiene personalidad, aspiraciones, sueños; pero además trabaja por ellos y con su perseverancia los logra.

El ciudadano es crítico. Se da cuenta de cuando las cosas no funcionan, saca cuentas, echa números, se pregunta a dónde van los dineros públicos. Al ciudadano le gusta votar, tener opciones, evaluar candidatos y participar activamente en la construcción del destino de su patria.

No es incondicional a nadie, de ningún color. Cuestiona a sus gobernantes, aunque también premia a quienes hacen un buen trabajo. Está consciente de que esos individuos que fueron llevados a un cargo público por su voto son sus empleados, no seres providenciales o privilegiados. Y sabe que sus mandatos concluyen. Le gusta cambiar a los gobernantes porque cree, como Bolívar, que es peligroso que alguien se acostumbre a mandar. Y no se acostumbra a obedecer.

Es peligrosa pues, la ciudadanía. No es fácil engañarla. No es cómplice de regímenes mediocres. No es incondicional. Por eso ni se la nombra.

Pero el hecho de no ser nombrada no quiere decir que no exista. El ciudadano venezolano está activo en cada rincón del país, trabajando, buscando un mejor futuro para él y para sus hijos. Presionando para que mejore la calidad de los servicios públicos, ingeniándoselas para darle un techo a su familia, aspirando a estudiar y a ser mejor individuo, desarrollando sus capacidades, dones y virtudes. Defendiendo sus valores: la honestidad, la justicia, la familia. Y no exige menos de quienes aspiran a gobernarlo.

No hay manera de detenerlo: el pueblo se desdibuja y se convierte en ciudadano. Sin la ayuda del gobierno. Aún en contra de este. Por algo el Libertador dijo que prefería este título a cualquier otro.

*Presidente del Concejo Municipal de Baruta
*Twitter: @DavidUzcategui
 
Twitter Facebook Dribbble Tumblr Last FM Flickr Behance