Tras varias semanas de enfrentar
el coronavirus COVID19, la vida de la humanidad ha sido modificada
drásticamente.
Por una parte, China informa que
aparentemente el evento comienza a ser dominado en su territorio, aunque los
estrictos cercos de sus autoridades con el flujo informativo, no dejan de
generar desconfianza.
Por otro lado, recibimos noticias
estremecedoras de naciones como Italia, donde se han llegado a reportar hasta
700 fallecidos en un día; un estricto toque de queda en España o la progresión
geométrica en Estados Unidos, afectando ciudades como Nueva York. La llamada
capital del mundo está en jaque por la pandemia y, descarnadamente, se prepara
para lo peor.
Al momento de escribir esta nota,
se contabilizan más de cuatrocientos mil casos en unos 175 países, según el
portal noticioso Infobae. Sin embargo, este mismo portal acota que estas cifras
solamente reflejan una parte de los contagios, ya que hay disparidad en la
metodología que siguen las diversas naciones para monitorear el fenómeno. Es de
esperarse que esto sea un subregistro.
También a manera referencial, la
universidad estadounidense Johns Hopkins, que elabora un mapa de seguimiento
global de casos, informa sobre 18.614 fallecidos y 107.823 recuperados. En
menos de un mes, Italia –una de las naciones más golpeadas– se acerca a los 7
mil fallecidos.
Estados Unidos se enfrenta a una
encrucijada: ¿reduce su poderosa maquinaria productiva al mínimo para
resguardar a sus ciudadanos, con el riesgo de profundizar una ya inevitable
recesión? ¿O se mantiene en movimiento en la medida de lo posible, para
garantizar bienes y servicios, a riesgo de exponer a trabajadores ante un virus
del cual aún sabemos muy poco?
¿Qué hemos aprendido en estas
pocas semanas sobre el enemigo invisible que enfrentamos? Primeramente, que no
solo se trata de “una gripe más”. Es mucho más potente, más cruel en sus
síntomas y definitivamente más letal. Esta fue una conseja que llevó a
subestimarlo en un principio, y que sin duda tuvo consecuencias en la cifra de
afectados y fallecidos.
Otra cosa que quedó rápidamente
en el pasado, fue la creencia de que los más afectados serían las personas
mayores. Si bien este es el grupo de mayor riesgo y ha sido tratado con
particular ensañamiento por la enfermedad, los grupos de contagiados y muertos
se alimentan de gente de todas las edades. Y también de todos los sectores de
la sociedad.
No es posible evitar el asombro
cuando nos enteramos de que se encuentran aquejados personajes de la nobleza,
como el Príncipe Carlos de Inglaterra o el célebre actor de Hollywood, Tom
Hanks.
Si alguna conclusión nos ha
arropado a lo largo de estas semanas, es que nadie está a salvo. Y no lo
decimos con pretensiones aleccionadoras o moralistas; sino más bien por el
pragmatismo de que debemos cuidarnos todos al extremo; de que ninguna
precaución está demás, sobre todo cuando vemos que pasan las semanas, que aún
no conocemos suficiente y que, aunque numerosos equipos científicos de primer
nivel trabajan en la posibilidad de una vacuna alrededor del mundo, lo cierto
es que, en el más optimista de los casos, eso puede tardar unos meses. Y ya
sabemos de qué manera tan drástica se puede modificar el panorama en apenas
unos pocos días.
Aunque sí es cierto que todo lo
que está sucediendo nos impone una reflexión sobre la vulnerabilidad que aún
experimentamos entrando a la tercera década del siglo XXI. Con niveles de
conocimiento y tecnología inimaginables hace apenas pocos años, seguimos siendo
presa fácil de lo inesperado. Sí, toca también hablar de humildad cuando vemos
que seguimos siendo diminutos ante un universo extensamente desconocido.
Pero también es momento de alabar
y aplaudir al conocimiento. Porque son incontables los médicos, científicos y
demás profesionales que persiguen el alivio y la cura, que asisten a los
desventurados de estos días y que reafirman lo mejor de la condición humana,
más allá del miedo que inyecta la incertidumbre. Incluso recibimos la
alentadora noticia de que una bióloga venezolana está participando en un equipo
de Boston dedicado a desarrollar pruebas rápidas para detectar el virus.
Sí es importante seguir también
las cifras de personas recuperadas, porque eso nos hace un mapa de las
posibilidades de superar esta prueba, para lo cual vamos a necesitar sin duda
una paciencia que va a estar por encima de nuestras capacidades; pero hay suficiente
talento y trabajo puestos en esto.
No queda más que seguir la lógica
y el sentido común, que dictan acatar las medidas que han sido adoptadas por
numerosas autoridades en el mundo. Cuidar de nosotros mismos y de nuestros
seres queridos. Y, aunque sea lugar común, aferrarnos a la fe. Una virtud que
pasa hoy por su prueba de fuego.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui