Por más altisonantes y vociferantes que sean las
declaraciones de quienes se ocupan actualmente del manejo de la economía
venezolana, el precio del dólar sigue escalando. Y esto continúa siendo una
materia de preocupación para la ciudadanía, ya que como todos bien sabemos, la
divisa estadounidense es un referente para la economía mundial.
Pero lo es muy especialmente para la nuestra, que ha
perdido todo patrón comparativo, ante la opacidad de la información de los
organismos oficiales que manejan el tema, la cual debería ser del dominio
público y no lo es.
Aquel viejo cuento de que no nos debe importar el precio
del dólar porque nosotros gastamos en bolívares, quedó despachado de nuestro
imaginario colectivo hace ya mucho tiempo.
Sabemos que es muy poco lo que se
produce en el país, que dependemos medularmente de las importaciones y que
hasta las más elementales materias primas tienen sus precios anclados a esa
moneda, porque vienen desde afuera. Es imposible romper matrimonio con el dólar
en medio de la economía globalizada que hoy vivimos; pero es más imposible aún
para Venezuela, que debe mirar hacia afuera para satisfacer sus más elementales
necesidades.
En el diario El Universal del 3 de septiembre, podemos
leer que “Este fin de semana los productos básicos como verduras, hortalizas,
carnes y otros rubros esenciales de la canasta de alimentos presentaron un
aumento considerable en sus precios respecto a la semana anterior”.
La misma nota agrega: “Productos como la harina de maíz y
el arroz registraron un incremento de entre 20 y 40% en pocos días”. Y el único
indicador que nos puede decir hacia donde soplará el viento de estos
incrementos, es el billete que trae impreso el rostro de George Washington.
La economía nacional está tan distorsionada, que incluso
el calcular el valor de los bienes y servicios con la divisa mencionada como
referencia, no sirve de mucho. Aún de esa manera se ve que los precios siguen
escalando.
Y no es que exista una “inflación en dólares”, como hemos
escuchado por allí. Lo que sucede es que, al coctel de distorsiones que
enfrentamos diariamente, se suma el hecho de la disminución en la productividad
de Petróleos de Venezuela, cuya venta de materia prima a otras naciones es la
que permite que los dólares ingresen a Venezuela. Y esta fuente de ingresos es
cada vez menor. Es decir, mientras cada vez más gente busca refugiarse en ese
signo fuerte, cada vez entra menos dinero de esa denominación a nuestro sistema
económico. No es difícil imaginar los resultados.
Volvemos a caer entonces, y una vez más, en el mal
esencial que carcome a nuestra nación en este momento: la falta de
productividad.
La mejor vacuna contra la escalada de precios son los
estantes llenos de los más variados bienes, y que estos sean producidos en el
país. Lamentablemente, nuestra realidad es exactamente la opuesta y eso lo
resienten nuestros bolsillos y nuestra calidad de vida.
A todo esto, hay que agregar el factor psicológico. Los
venezolanos no percibimos solución ni salida alguna. No sentimos que existan acciones
o planes acertados de parte de quienes tienen en sus manos el manejo de la
economía nacional. Los discursos son los mismos, las declaraciones no llenan
las expectativas y suponemos que tampoco solucionarán nada, como no lo han
hecho hasta ahora.
Ya todos sabemos que esta escalada no es coyuntural. Se
trata del avance de un proceso que no se va a detener si no se toman medidas de
fondo. Por eso la incredulidad, por eso la certidumbre de que estamos
abandonados a la buena de Dios, en un escenario en el cual el optimismo no es
posible.
Y las medidas de fondo serían dolorosas. Sería
sencillamente aceptar que todo lo que se ha hecho en esta materia
durante las dos ultimas décadas, ha sido equivocado.
Habría que permitir la existencia de un mercado libre y
lícito de divisas; pero esto implicaría atender previamente los profundos
desequilibrios monetarios, fiscales y cambiarios que han arrojado a los
ciudadanos a buscar en el dólar la confianza que la moneda nacional perdió.
Es tema más que sabido: los controles cambiarios y las
regulaciones de precios solamente sirven para desfigurar más las economías. E
invariablemente, terminan produciendo efectos contrarios al buscado.
Pero al final del día, los pasos necesarios y en la
dirección correcta no se dan. Mientras tanto, parafraseando aquel viejo y casi
olvidado lema publicitario el precio del dólar es lo único que a paso de
vencedores en estas tierras.
David
Uzcátegui
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