No había que tener una bola de
cristal para saber lo que iba a suceder con el segundo proceso de reconversión
monetaria que emprendió Venezuela en menos de una década. Y es que no se trata
de tener facultades adivinatorias, sino de entender el entorno en el cual se
acometió esta diligencia, totalmente perdida al día de hoy. Hay que leer un
poco, saber de historia, tener más humildad y menos soberbia.
Como bien dicen por allí, el
mejor profeta del futuro es el pasado, y lo único que teníamos que hacer era mirar
atrás, a lo sucedido con la experiencia previa, implementada en 2008, para
imaginarse lo que venía.
Eso sí: nadie, ni el más
pesimista de los observadores, podía imaginarse que el nuevo signo monetario se
volvería sal y agua en un lapso tan breve como apenas un año.
¿No sirven las reconversiones
monetarias? No, no se trata de eso. Claro que sí sirven… pero no siempre. O más
bien, depende del contexto en el cual se implementen.
Se trata de que pusieron –una vez
más– el carro delante de los caballos. Y de una manera francamente aparatosa.
Las reconversiones como las
torpemente intentadas y terriblemente malogradas en Venezuela, son un buen paso
para sanear economías golpeadas por diversos factores, desde guerras hasta
malas administraciones.
Sin embargo, son el último paso a
acometer, después de poner en orden las finanzas y el flujo económico de la
nación. Léase bien: el último.
Decretar que se quitan tres o
cinco ceros, o los que sean, manteniendo el mismo comportamiento desatinado y
caótico en la gerencia de las finanzas públicas, lleva a episodios como el que
vivimos, el cual nos ha devuelto al punto de partida en menos de un año.
Lo cierto es que, al día de hoy,
vivimos los mismos problemas que se suponía iban a ser solucionados. Para la
más elemental transacción hay que manejar volúmenes insólitos de billetes, los
intercambios comerciales se atascan por contratiempos con el efectivo y
nuevamente tenemos un montón de ceros a la derecha que todo lo complican.
El 22 de agosto del año pasado,
dos días después de que se pusiera en marcha el nuevo plan económico, la
paridad oficial había valorado el dólar en 60,27 bolívares soberanos. Hoy la
tasa pasó hace rato los catorce mil.
En junio de este año, Venezuela
estrenó nuevos billetes. El más alto, de 50.000 bolívares, multiplica por 100
el valor del de mayor denominación emitido en agosto de 2018. Sin embargo, hoy
solo sirve para comprar escasos bienes, como un kilogramo de carne o de leche
en polvo, en el mejor de los casos. Y estamos hablando del billete de mayor
denominación en nuestro cono monetario actual.
¿Por qué el bolívar soberano
perdió tanto en tan poco tiempo? Sencillamente porque no se ha hecho nada para
sanear el disparate financiero en el cual llevamos años inmersos.
El portal internacional de
noticias Infobae resume en apenas un párrafo la razón de la tragedia económica
de Venezuela, para que sus lectores de diversas naciones la puedan entender:
“El Gobierno no ahorró durante el período de los altos precios del petróleo, se
endeudó masivamente hasta perder el acceso al crédito y no realizó las
inversiones necesarias para mantener la producción petrolera, que aporta nueve
de cada diez dólares que ingresan al país”.
Y nosotros agregamos que la
riqueza de un país se construye sobre la productividad y nada se ha hecho para
propiciarla. Muy por el contrario, se ha reforzado el empeño en asustar a los
factores productivos –o que pudieran llegar a serlo– no solamente con discursos,
sino también con acciones.
Jamás se concretó la declaración
de buenos propósitos de sustituir el modelo rentista por uno autosustentable. Y
ahora, cuando el rentismo parece haber tocado fondo, no existe el llamado “Plan
B”. Nos quedamos agarrados de la brocha cuando nos quitaron la escalera, para
ponerlo en una simple frase.
Un país que no produce, no posee
un mercado donde se puedan conseguir bienes. Y los escasos que se encuentran,
remontan en precios cada vez más altos. Es una ley de la economía.
De nada vale ponerse a borrarle
ceros a la moneda si no se avanza en acciones hacia la línea de una nación
industrializada, que pueda generar empleo adecuadamente remunerado y
abastecimiento suficiente para las necesidades de la población. Esa y no otra,
es la manera de mantener los precios estabilizados.
Y no hay peor señal para une
economía, que el anunciar un control de precios a la fuerza. Eso lo hemos
vivido en Venezuela hasta el cansancio; al igual que esta experiencia sin
sentido de la segunda reconversión monetaria: nos trajo al mismo callejón sin
salida que la primera, solamente que con mucha más velocidad. El bolívar
soberano se volvió sal y agua en apenas un año, como bien lo puede testimoniar
cualquier venezolano que vaya al mercado en estos días.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui