jueves, 4 de julio de 2019

“Lecciones de un mes de julio”

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Este mes apenas comienza, y habría que esperar a que terminara para ver qué es lo que deja en nosotros como lecciones, que no serán pocas, vista la intensidad de la compleja situación nacional que hemos presenciado en estos días.

En realidad nos queremos referir al julio de 1811, cuando se firmó nuestra Acta de Independencia.

Y es que, más allá de que toque recordar el suceso histórico, pensamos que sería interesante diseccionarlo a la luz de lo que hoy vivimos, a ver si aprendemos algo de él. Porque si no se aprende de la historia, esta se convierte en papel mojado y silencioso, que resulta inútil. Se vuelve una sucesión de frases vacías para rellenar el tiempo en los discursos obligados.

Lo primero que creemos necesario es bajar del pedestal a todo evento ensalzado como épico, por más que en la realidad lo haya sido. Pero es que esa percepción nos aleja, nos hace perder la perspectiva y, sobre todo, nos hace pensar que el alcanzar hitos que partan en dos la historia, no está en nuestras manos. Repetimos: así no nos sirven.

En segundo lugar, hay que buscar en los intersticios.

En 1881, nuestro emblemático pintor Marín Tovar y Tovar recibe un encargo del gobierno de Antonio Guzmán Blanco: pintar la firma del Acta de la Independencia para el Salón Elíptico del Palacio Federal Legislativo. La obra es presentada en 1883 en la Exposición Nacional de Venezuela, por lo cual recibe una medalla de oro.

Entre la detallada investigación histórica y el genio del autor, se trata de una imagen que se ha convertido en icono de la venezolanidad. De una venezolanidad sólida y que trasciende el tiempo, que nos enorgullece y nos da fuerzas. Sin duda, retrata el instante que nos vio nacer como nación con un espíritu indiscutiblemente valioso y válido. 

Sin embargo, en nuestro imaginario colectivo, aquel punto de quiebre en los hechos, permanece así: como una imagen estática, llena de la solemnidad que seguramente debió tener. Pero al contemplar su magnitud nos olvidamos de hacernos muchas preguntas: ¿Qué sucedió antes? ¿Y después? ¿Cuáles fueron los antecedentes, los detonantes para llegar a ese momento? Y más aún: ¿qué vino luego?

Nuestro punto es el siguiente: debieron desarrollarse toda una serie de situaciones durante muchos años, para llegar a es momento culminante. Y la firma en sí no fue la consolidación de ese cambio de rumbo en nuestra historia. Muy por el contrario, significó apenas el llamado a la etapa más compleja de la lucha por una identidad propia como país.

Le antecedieron unos trescientos años de calma colonial, en los cuales no podía haber otra idea que no fuera la subordinación a la corona española. Debieron desarrollarse generaciones y más generaciones de criollos para robustecer la viabilidad de una posible autonomía de estas tierras.

Tuvimos que ver los ejemplos de como, de este lado del mundo, se forjaban naciones nuevas, que inspiraban con su ejemplo la idea de correr el mismo destino.

Aquella calma precedente traía el germen de la independencia nadando en su sangre. Fue alimentado por hitos como la Revolución Francesa y la independencia de Estados Unidos, en el último trecho del siglo anterior. De hecho, sería 35 años después de este último hecho cuando nuestra Acta de Independencia sería firmada.

El conocimiento, la verdadera arma de la libertad, tuvo que viajar de un lado a otro, expandirse por estos confines. Nuestros antecesores tuvieron que apoderarse de él para que pudiera detonar hechos futuros.

Y aún aquella firma no fue el desenlace. Entre 1811 y 1824, fecha de la Batalla de Carabobo, median 13 años. Fue aquella confrontación la que consideró sellada nuestra libertad, tras una dura y sanguinaria guerra, tras haber perdido dos Repúblicas.

Hoy le estamos poniendo la lupa a un proceso que duró 50 años, entre el último cuarto del siglo XVIII, que fue su detonante, y el primer cuarto del siglo XIX, cuando por fin nos pudimos ver a nosotros mismo como país independiente.  

Sí, los procesos históricos son así. De tiempos incomprensibles. Largos, si se comparan con la fugacidad de nuestra vida humana. Provocan frustración, ira. Parecen conducirnos a la nada una y otra vez. Por eso, quienes los vivimos, no podemos medirlos o pesarlos, en tanto y en cuanto no están concluidos, y mucho menos listos para ser comprendidos.

No es consuelo para los venezolanos que no ven salida hoy. Es simplemente un llamado a entender que esa es la realidad que nos toca. A veces, comprendiendo la realidad, esta por lo menos no hiere tanto. Pero esto no quiere decir que no haya salida. Muy por el contrario: la hubo entonces, la habrá ahora.

Para sacar las conclusiones del mes de julio actual, habrá que confiar en que alguien, con la perspectiva que da el tiempo, se anime a hacerlo algún día.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

 
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