Parafraseamos el título de una
vieja canción para dejar constancia de una de las mayores inquietudes que
asalta a la ciudadanía en este momento: la reiterada pérdida de actividades
escolares de nuestros niños y jóvenes.
Marzo fue un mes que nos trastocó
las más elementales rutinas a muchos en el país, en medio de los eventos que se
generaron tras el irregular suministro de energía eléctrica que todos
padecimos.
Este contratiempo generó graves
daños, comenzando por el dramático costo de vidas en los hospitales y pasando
por la descomposición de costosos alimentos, que cada vez es más difícil llevar
a la mesa. Y pare usted de contar.
Sin embargo, existe un asunto que
nos tiene extremadamente inquietos a todos los padres y es la reiterada pérdida
de clases de nuestros hijos.
Si las cosas siguen como van, el
impacto en la trayectoria educativa de los menores va a dejar una huella que
será cada vez más imborrable, en tanto y en cuanto la situación se complique.
Expertos en el tema educativo
venezolano han dejado saber que en el mes que recién acaba de finalizar,
solamente existieron, de manera oficial, ocho días de clases.
La profesora Olga Ramos, miembro
de la asociación civil Asamblea de Educación, analiza el contexto de toda esta
problemática, ante la cual deberíamos prestar más atención por sus posibles
consecuencias:
“El gran problema de todos los
días que se pierden de clases es que los alumnos aprenden menos. A todos les
dan la certificación automática de que aprobaron, pero los niños y adolescentes
se convierten en analfabetas funcionales. Esos muchachos salen sin haber visto
completos los programas de matemática o física”.
Continúa diciendo que, si en los
procesos no se hacen unas buenas evaluaciones, van a ir arrastrando
deficiencias y no se están formando profesionales potenciales y esto puede
generar que los alumnos acumulen frustraciones porque, por ejemplo, muchas de
estas personas realizarán trámites como ir a un banco y no van a entender lo
que deben hacer.
Desde que el gobierno suspendió
los primeros seis días de clases tras el apagón del pasado 7 de marzo, el
Observatorio Educativo de Venezuela había dado a conocer la urgencia de que se
estableciera oficialmente una prórroga del calendario escolar, para asegurar
que los estudiantes de los distintos niveles pudieran lograr las metas y los
aprendizajes previstos en la planificación.
A este planteamiento respondió el
ministro de Educación del gobierno madurista, Aristóbulo Istúriz, quien indicó
que “se va a evaluar” la reprogramación del calendario escolar en todos los
niveles de la educación.
Y ese es justamente el problema:
un día de clases perdido no se recupera. Al menos no en cuanto a la calidad que
debería tener la enseñanza, aunque se marque como recuperado en el papel de un
cronograma.
No es lo mismo que el alumno
reciba conocimientos en medio de un calendario escolar normal y con todo el
entorno favorable que se le debería garantizar para que aprendiera, a que se le
suministren unas clases adicionales tras las interrupciones en el proceso, en
condiciones que no son del todo adecuadas y en un entorno que no propicia que
los pequeños y jóvenes pongan la atención debida a lo que se les está
impartiendo.
Sabemos, además, que nuestro
actual sistema educativo viene desde hace rato con una pata coja, que no es
otra que la deserción del personal docente, ante el escaso poder adquisitivo de
sus salarios. Mientras unos deciden dedicarse a alguna actividad que sea más
remunerativa, otros más se arriesgan a probar suerte en otras latitudes, esperando
que sus competencias profesionales sean mejor reconocidas en el aspecto
económico. De esto veníamos antes de las obligadas suspensiones de clases por
causas de fuerza mayor. Y este otro problema mencionado, sigue siendo un telón
de fondo, al cual se superpone el nuevo contratiempo.
Existe, además, otra gran
interrogante: una vez implementado –al menos en lo teórico– este calendario,
¿se cumplirá en lo práctico? Porque lo que hemos visto hasta ahora es que las
suspensiones en el suministro eléctrico se mantienen y solamente tenemos una
versión que asegura que en un mes se superarán los cortes eléctricos.
Suponiendo, optimismo de por medio, que eso sea así, quiere decir que sumaremos
al tiempo perdido hasta hoy el que se pierda antes de la ansiada estabilización
del suministro de luz. Pero nos asalta la duda razonable… ¿Y si esto se
prolonga?
Nos preocupan las lagunas en los
conocimientos que van a arrastrar los alumnos venezolanos de hoy, las cuales
quedarán como baches en sus futuros procesos educativos, convirtiéndolos
posiblemente en futuros profesionales que no tengan todas las herramientas y
habilidades para salir adelante en sus labores. Y eso no es una buena noticia
para Venezuela.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui