viernes, 27 de julio de 2018

“La cumbre de las cumbres”

| |
Si alguna noticia de interés global ha traído cola en las últimas semanas, es la de la ya célebre cumbre entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su colega ruso, Vladimir Putin.

Y no es para menos, ya que se trata del encuentro entre los máximos líderes de dos países opuestos, potencias enormes e históricamente irreconciliables y cuya enemistad puso al mundo al borde de una tercera guerra mundial que hubiera sido letal para la humanidad.

Y es que, aunque los años hayan traído una beneficiosa distensión en el ambiente, aún hoy la dicotomía EEUU/Rusia es un paradigma de opuestos para el mundo entero.

El encuentro en cuestión se dio en la ciudad de Helsinki, y con un par de mandatarios que de una u otra manera, representan emblemáticamente a sus respectivas naciones.

Si bien Trump no ha hecho formalmente carrera política sino hasta hace muy poco tiempo, sí es muy cierto que representa ideales estadounidenses por el hecho de ser un empresario que ha multiplicado exponencialmente su fortuna, iniciada tiempo atrás por un abuelo inmigrante. Riqueza e inmigración son quizá dos de los paradigmas que más definen la imagen estadounidense ante el mundo.

Por si fuera poco, fue un hombre muy mediático desde siempre; lo cual le allanó el camino hacia los terrenos políticos que siempre deseó sin ocultarlo.

Putin, por su parte, viene de la vieja escuela de la KGB, el poderoso -y temido- organismo de inteligencia de la era soviética, aparentemente superada; pero aún latente en la cultura rusa, porque fue lo que marcó casi todo el siglo XX de aquella nación.

Sin embargo, lo novedoso del encuentro fue sin duda la aparente empatía que se dio entre ambos. Algo que era de esperarse si revisamos los más recientes antecedentes de la relación, pero que no deja de sorprender de cara a todo ese largo y complejo contexto histórico que ambas tierras comparten.

Quizá el punto más álgido de la cumbre giró en torno al delicado tema de una presunta intervención cibernética de Rusia en las elecciones presidenciales de EEUU en 2016. Ha sido un fantasma que ha acosado a Trump y que reflota de tanto en tanto, sin terminar de desaparecer.

Como era de esperarse, el asunto apareció en el mencionado encuentro y, detalles más, detalles menos, se desarrolló según podía preverse. La novedad vino cuando el primer magistrado de Estados Unidos rubricó las palabras de Putin, quien negó esta intervención. Pero dicha sorpresa no fue tanto por el endoso que a esa afirmación dio Trump, sino porque puso la palabra de su par ruso por encima de la de los organismos de inteligencia de su propio gobierno.

Y esto sí fue una sorpresa, porque la administración estadounidense ha sido por tradición monolítica ante temas de política exterior, más aún si se trata de un adversario histórico, por más que hayan bajado las tensiones en el siglo actual.

Si algo es admirable de la política de Washington, es su propósito de resolver las fisuras internas a puerta cerrada y ofrecer ante el planeta la imagen de una nación unificada de cara a su relación con terceros.

También ha sido digno de observar el hecho de cómo se manifestó la opinión pública estadounidense ante la mencionada situación. El cuestionamiento colectivo pesó de tal manera, que Trump debió hacer una aclaratoria. Todo un logro, que representa cómo se desenvuelven las cosas en un país democrático.

El mandatario debió manifestar públicamente su respaldo a los servicios de inteligencia estadounidenses y aclarar que todo fue un malentendido. Se atribuyó a sí mismo un error en una palabra, afirmando que dijo “deberían” (would) en un momento en el cual pretendía decir “no deberían” (wouldn’t).

Aún pesa la duda sobre la explicación, ya que analistas del discurso consideran que el cambio de palabra no es coherente con el resto de lo dicho, que sigue apuntando a defender al gobierno de Moscú ante la acusación.

Sin embargo, lo que sí es digno de reconocimiento, es la voluntad de rectificar y el reconocimiento por parte del mismo Trump hacia los servicios de inteligencia de su propio país. Dos acciones que en definitiva apaciguaron un poco las pasiones de sus críticos y que le permitieron demostrar que, aunque es un hombre de negocios prestado a la política, entiende claramente cuál es su deber ante el compromiso actual.

El corolario de estas marchas y contramarchas es la invitación que le hizo a Putin a Washington, una ocasión que -de concretarse- sería histórica y que podría terminar de cerrar las brechas entre dos formas de ver el mundo. Moscú aún no responde e incluso, parece evadir. El suspenso se prolonga.

Aunque cada quien seguirá en su órbita, sin duda esto precipitará nuevos acontecimientos de interés internacional que deberían ser seguidos por todos.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

 
Twitter Facebook Dribbble Tumblr Last FM Flickr Behance