viernes, 5 de enero de 2018

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Siempre la entrada a un nuevo año, nos invita a ser optimistas y a mirar la oportunidad como una vuelta de tuerca, que implique mayor bienestar en todos los sentidos. Y por ello, días como los que estamos viviendo hoy se colman de los mejores deseos.

Sin embargo, muchos sabemos lo difícil que es desear paz, alegría o felicidad a quienes nos rodean en la Venezuela actual. Y es que se nos quedan atragantados en la garganta, o no hay forma de que los escribamos, cuando sabemos que el entorno es tan adverso y no habrá forma de que esos deseos se realicen hasta que la realidad sea modificada.

Ni salud, ni prosperidad, ni progreso de ningún tipo pueden ser materializadas en una nación que no garantiza la cobertura de las necesidades más elementales. Mucho menos ese máximo deseo aspiracional, el del amor, cuando a una pareja le resulta prácticamente imposible emprender la fundación de un hogar propio y procurarse lo mínimo necesario para garantizar una existencia digna a sus descendientes.

Por ello, más que los tradicionales deseos de año nuevo, nos concentramos en otra clase de peticiones en esta circunstancia, ya que, de otra manera, estaríamos arando en el mar.

Toca a los venezolanos desear que cambie nuestra realidad. Que el gobierno deje de lado la tozudez y de una vez por todas entienda que este inviable proyecto político está hundiendo al país.

Que las agendas ocultas de poder queden definitivamente de lado y que por un momento se piense en el bienestar colectivo como meta. En la mayor suma de bien para la mayor suma de gente.

Que se aparte para siempre el insulto y la violencia como valor, como moneda de cambio en una sociedad exhausta.  Que se recupere el respeto y la decencia como marco y entorno para la vida ciudadana.

Que la educación se vuelva prioridad. Pero la verdadera educación, la que apunta al crecimiento de la persona, a su desarrollo, a su individualidad e independencia. Y que por supuesto, se deje de confundir educación con adoctrinamiento, básicamente por aquella máxima que reza que donde todos piensan igual, nadie piensa demasiado.

Que se recupere el sentido de la justicia, que sea castigado el crimen, el robo, la verdadera afrenta a la ley, y que no se criminalice el pensar distinto, o el aspirar legítimamente a un cambio para mejorar.

Que las alianzas de nuestro país con otras naciones, sean con base en lo que estas nos puedan aportar, entendiendo que para ello deben ser vanguardia en conocimiento, en tecnología y en bienestar para sus ciudadanos. No podemos seguir juntándonos con Estados que han propiciado el hundimiento del bienestar colectivo de quienes se suponen que deberían proteger. Y menos con gobiernos que nos utilizan para su provecho.

Que se le dé valor al trabajo real de todos los actores de la sociedad. Que sea posible levantar un hogar con un oficio. Que la dignidad del trabajador venezolano se mida en cuánto aporta al crecimiento del país con su labor.

Que la iniciativa particular sea respetada, que deje de ser perseguida y estigmatizada. Que, muy por el contrario, se incentive al emprendedor y que sea el socio clave del gobierno para el desarrollo del país.

Que regresen los que se fueron, y que lo hagan motivados por la seguridad, por el bienestar, por el progreso que se viva en estas tierras. Que vengan todos esos venezolanos que nacieron afuera, a conocer la tierra de sus padres, que se enamoren de ella y se queden, no solamente por el clima, los paisajes y la comida; sino también porque seamos una de las naciones más competitivas del planeta.

Que dejemos de importar y volvamos a exportar. No solamente petróleo, donde tenemos todo el potencial para volver a reinar por muchos años; sino también la mayor variedad imaginable de productos y servicios. Desde los cultivos de la tierra que una vez nos dieron fama en renglones como café y cacao, hasta tecnología que se puede producir en nuestras universidades en tanto y en cuanto sean respetadas y cuidadas como el recinto sagrado que son.

Que nuevamente nuestro plato típico sea cocinado con ingredientes totalmente cultivados en nuestro suelo y que podamos escoger qué llevar a nuestra mesa entre la gama más amplia de alimentos.

Que nuestros adultos mayores vivan sus años de oro en paz, sin sobresaltos de salud; pero mucho más allá de eso, que tengan calidad de vida y puedan emplear ese tiempo libre en actividades satisfactorias.

Parece demasiado para un solo año, y sin duda lo es. Vista la realidad actual, estamos ante una lucha realmente titánica para alcanzar, aunque sea, una parte de todo lo que quisiéramos para nuestra nación.

Pero en el deseo comienza todo y no queremos sino trazar un mapa de ruta de lo que deberíamos ser. Porque no podemos permitirnos menos que esto. Porque es lo que merecemos todos nosotros.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
 
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