viernes, 30 de junio de 2017

“Cuesta arriba”

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David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Mientras el país entero avanza hacia el ojo del huracán en medio de la situación más tensa y delicada que, a nivel político recuerde nuestra historia; otra compleja situación se está desarrollando, solapada por la primera: el escenario económico también se está superando a sí mismo en complejidad.

Es imposible no perder el foco en medio de la avalancha de hechos e informaciones que nos aturde cada día a los venezolanos; pero también es cierto que, mientras la situación política no termina de resolverse, cabe preguntarse qué va a suceder con nuestra economía, que podría ser, digámoslo así, la “realpolitik”, no por otra razón sino por esta: los números no mienten. Y son los que mandan.

Y hablamos de este asunto, porque hace pocos días se dio a conocer una información que pasó desapercibida entre las toneladas de titulares que día a día nos agobian: el precio de la Canasta Básica Familiar -CBF- de mayo de 2017 es Bs. 1.426.363,38. Aumentó Bs. 212.343,18, es decir, 3.3 salarios mínimos o 17,5%, con respecto al mes de abril de 2017. Se necesitan 47.545,44 bolívares diarios para cubrir su costo.

Como dijéramos más arriba, los números mandan, y los números no están cuadrando. La variación anualizada para el período de mayo 2017 a mayo 2016 es 369,8%, o Bs. 1.122.747,79. Y lo que es más demoledor: para un venezolano poder cubrir lo incluido en la canasta básica se necesitan entonces 17.3 salarios mínimos, el cual está ubicado actualmente en Bs. 65.021,04.

La estratosférica diferencia entre lo que entra y lo que sale en términos de dinero en un hogar promedio venezolano, explica sin mayores adornos por qué el ciudadano está al límite en esta tierra.

¿Cómo se puede hacer para pulverizar de semejante forma una economía petrolera, que debería estar entre las primeras del mundo? ¿A dónde se fueron los altísimos ingresos petroleros que teníamos hasta ayer nada más? ¿No había que ahorrar, no había que invertir? ¿No hay talentos capacitados en el país como para enderezar el disparate de proporciones mayúsculas que es nuestra economía hoy? ¿O es que esos talentos no pueden tener acceso a la administración pública por no vestir la franela del color que todos sabemos?

Decir las causas de esto es llover sobre mojado, pero como dice el dicho: “Si siempre haces lo que siempre has hacho, siempre obtendrás lo que siempre has obtenido” y quienes administran hoy a Venezuela, están haciendo lo mismo desde hace casi veinte años: espantando al sector privado, criminalizando la iniciativa particular, concentrando todas las actividades en manos gubernamentales para no hacer nada bien.

Vamos a suponer que todos estos disparates partieron de la buena fe de gente bien intencionada que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo: ¿por qué se prolongan en el tiempo? ¿Por qué no se cambia el rumbo? ¿Por qué se sigue sometiendo al martirio a la gente que ellos dicen amar y representar?

Porque estos números fríos e impersonales hablan de realidades que son contundentes. Hablan de comida que falta en la mesa de los venezolanos. Hablan de medicinas a las cuales no se tiene acceso, y no solamente porque no estén presentes en los anaqueles. Se pueden conseguir, en algunos casos; pero no hay con qué pagarlas.

Habla de una gran interrogante sobre dónde y en qué condiciones vive el venezolano, ya que su ingreso ni siquiera le alcanza para comer, mucho menos para el techo.

Y es alarmante el silencio de los responsables de todo este asunto, por aquello de que quien calla, otorga.

El fin último de todo gobierno, es incrementar la calidad de vida de la gente, y el actual ha descuidado este principalísimo y sagrado deber, extraviado en seguir con fidelidad ideologías y recetarios ya amarillentos por el tiempo y de comprobada ineficacia. 

Se ha perdido valioso tiempo –y dinero- en preservar el poder a toda costa, olvidando que ese codiciado elemento no tiene razón de ser si no se utiliza para que la gente viva mejor. Porque el venezolano vive hoy peor, mucho peor.

Y es una realidad inocultable que está en la calle, en los sitios de trabajo, en el transporte público, en los supermercados, en las farmacias y en los hospitales.

Hasta hace no mucho tiempo, podíamos hablar de una sensata corrección del rumbo, por más adverso que fuera el panorama. Pero con la crispación actual, con unos funcionarios que se pelean hasta con su propia sombra, parece que no es mucho lo que se puede hacer. El daño es estructural y profundo.

Quienes creemos que esto debe cambiar –la inmensa mayoría- no podemos perder de vista esta urgente reflexión: el caos económico no se puede perder de vista. Y para asumir una reconstrucción, lo primero es asumir la dimensión de los daños.

 
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