viernes, 1 de julio de 2016

“La inseguridad que nos ahoga”

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David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Se trata literalmente de un problema de vida o muerte. Más allá de los otros asuntos que complican la vida de los venezolanos en la actualidad, la inseguridad ha llevado al país entero a un toque de queda no declarado, donde las ciudades quedan en silencio al caer la noche y ni siquiera la luz del día es garantía de no ser víctima de algún delito.

El alegato de algunos, es que estamos hablando de una situación de muy vieja data en Venezuela. Es verdad. Pero también es cierto que, lejos de ser combatido, ha crecido exponencialmente en los últimos tres lustros hasta llegar a quedar literalmente fuera de control.  ¿Por qué?

Lo primero que nos preguntamos es si el gobierno nacional se detuvo alguna vez en el pasado a medir las consecuencias de no atajar este monstruo de mil cabezas a tiempo. Porque la desatención al asunto, el hecho de ser más reactivos que preventivos e incluso, el dejar semejante responsabilidad en manos de funcionarios sin la preparación adecuada, solamente han abonado el terreno para que todo empeore exponencialmente.

¿Hay voluntad política para abordar el tema?  ¿Existe una inclinación real de los gobernantes para entender lo que vivimos, fijar objetivos y desarrollar estrategias para reducir de manera importante la violencia?

Porque la voluntad no es una declaración de buenos propósitos ni un discurso. La voluntad se mide mediante la cantidad de esfuerzo, dinero, dedicación e interés que se orientan hacia la solución. Si es que en algún momento ha habido voluntad, no se ha traducido en resultados.

Pero lamentablemente, ni siquiera en los frecuentes discursos oficialistas está presente el tema. Para quienes hoy ostentan el poder, las prioridades son otras. Y esta decisión de gobierno, está costando día a día numerosas vidas de venezolanos.

Por otra parte, el ritmo epiléptico en el enfrentamiento de esta calamidad nos coloca cada vez más lejos de solucionarlo. Nos referimos a esporádicos esfuerzos, como el plan desarme, que se anuncia con bombos y platillos para luego quedar abandonado y que, como sabemos es de lejos insuficiente para solucionar, aunque se implementara en forma impecable. Es apenas uno de los tantos elementos que deben componer una verdadera política seria contra el delito.

Tampoco ayudan mucho operativos, alcabalas y otras medidas punitivas de similar corte. Medidas que, por supuesto deben formar parte de la política mencionada antes; pero que también son insuficientes por sí solas. Y mucho más insuficientes si no son aplicadas con la máxima rigurosidad de la profesión policial y muy especialmente en el marco de una sociedad con balance de poderes que pueda mantener el equilibrio entre la aplicación de justicia y el respeto a los derechos humanos.

Por otro lado, hay que revisar seriamente qué está sucediendo con la institución policial en el país. Sueldos, beneficios, compensaciones, formación. Un buen funcionario que desee hacer su trabajo, se encontraría de manos atadas ante el deterioro de esa institucionalidad en el país.

Y hablando del aspecto preventivo, cabe preguntarse qué está sucediendo con nuestra educación. ¿Se educa actualmente en Venezuela para la paz? ¿Se inculcan esos valores y principios a los ciudadanos en formación? ¿Se ofrece un sólido ejemplo de respeto a la vida y a la propiedad?

¿Hay esperanza para los jóvenes? ¿Pueden insertarse en una sociedad donde con estudio y trabajo sean productivos? ¿Pueden aspirar a una vida con calidad? Lamentablemente la respuesta no es positiva en este momento. Y la desesperanza es un fardo muy pesado.

No se están creando tampoco los urgentes espacios para la cultura y el deporte, que son no solamente actividades formativas; sino también antídotos para la delincuencia. La aparición de instalaciones que permitan la práctica de estas disciplinas va muy lejos de la enorme necesidad de las mismas; eso para no hablar del deterioro de las instalaciones existentes, invadidas por la desidia y el desinterés.

Y en este mismo sentido opera el deterioro general de nuestro entorno. La pérdida del sentido del espacio público y urbano, la oscuridad en las calles y la falta de mantenimiento que termina por colonizarlo todo, es fértil abono para actividades ilícitas.

Nos falta piso como ciudadanos. Instituciones sólidas, formación en valores, castigo para el transgresor. Hasta que eso no se concientice y se accione en función de ello, no habrá alcabala, operativo ni recolección de armas que valga. Y seguiremos perdiendo vidas a manos del hampa.

Es enorme la tarea, y debe ser ejecutada conjuntamente por especialistas y ciudadanos, trabajando hombro a hombro. Pero sí es posible. Muchas sociedades lo han demostrado. ¿Estamos dispuestos?

 
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