La crisis de enfrentamientos
entre el autodenominado gobierno revolucionario de Venezuela y los Estados
Unidos ha dado una nueva vuelta de tuerca, con la aparición en el escenario de
nuevas sanciones por parte del gobierno del norte.
Dentro del reciente paquete,
Estados Unidos decidió sancionar a la petrolera rusa Rosneft por operar en
Venezuela, según dijo el Departamento del Tesoro del país norteamericano.
La Oficina de Control de Activos
Extranjeros sancionó a Rosneft Trading, una filial de la petrolera rusa
radicada en Suiza; además de sancionar personalmente al presidente de la
filial, Didier Casimiro.
Como parte de estas sanciones,
Washington congeló las propiedades e intereses de Rosneft Trading y Didier
Casimiro en Estados Unidos o bajo control de ciudadanos estadounidenses, así
como las entidades controladas de forma directa o indirecta.
En medio de esta situación, las
refinerías de la India Reliance Industries y Nayara Energy, planean dejar de
comprar petróleo venezolano desde abril, como medida preventiva para evitar
sanciones ante las recurrentes advertencias del gobierno de Donald Trump
respecto a los compradores de crudo venezolano.
Adicionalmente, podría ser que la
Casa Blanca no renueve la licencia que autoriza a la petrolera norteamericana
Chevron operar en el país hasta el 22 de abril. Se les había permitido
continuar; pero ahora tendrían que acatar la prohibición que afecta a las
demás, según dio a conocer la agencia informativa Bloomberg.
De manera adicional y sorpresiva,
la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro impuso
sanciones contra la aerolínea estatal venezolana, Consorcio Venezolano de
Industrias Aeronáuticas y Servicios Aéreos S.A. o Conviasa. El alegato para
tomar tal decisión fue que la aerolínea es utilizada como parte de una agenda
política.
El corolario ha sido la
ampliación del listado de sanciones a individuos, como consecuencia de la
turbulenta situación que vivió el poder Legislativo venezolano a inicios de
este año 2020.
Vamos a recordar que las
mencionadas sanciones comenzaron en el año 2008, dirigidas a individualidades.
Una segunda tanda recibió la firma del entonces presidente estadounidense
Barack Obama en 2014.
Pero las sanciones económicas
aparecen por primera vez en agosto de 2017, bajo el entonces nuevo gobierno de
Donald Trump, por lo cual se puede decir que estos hechos han sido una
iniciativa bipartidista en Estados Unidos.
También hay que considerar el
tenso pulso de China y Rusia con EEUU. Ambas naciones desafían la iniciativa
estadounidense, ya que no están dispuestas a perder los jugosos negocios que
hacen en nuestras tierras.
Y los gigantes del planeta se
miran mutuamente no solo con respeto, sino con la certeza de que se necesitan
unos a otros para su subsistencia y progreso. Venezuela viene a ser en este
caso, un actor secundario en el entramado internacional. Difícilmente sea la
manzana de la discordia entre ellos.
Defensores del proyecto
revolucionario culpan a las mencionadas sanciones del pronunciado y progresivo
deterioro de la calidad de vida en Venezuela. Sin embargo, la economía venía
mal desde mucho antes. Siendo nuestro país dependiente casi en su exclusividad
del petróleo para poder subsistir, la caída abrupta –aunque no tan inesperada–
en el precio de esta materia prima y sus derivados a partir del año 2013, fue
un torpedo en la línea de flotación de nuestra economía.
Este impacto disipó en un abrir y
cerrar de ojos aquella sensación de supuesto bienestar, absolutamente ilusoria,
y nos enfrentó duramente con la realidad: nuesta nación había dejado de ser
productiva desde hacía un buen rato, básicamente debido a la persecución y
criminalización de la iniciativa privada y a la importación de bienes con los
generosos subsidios que permitía la alta tenta petrolera. Una situación que se
había advertido hasta la saciedad, pero el destino nos alcanzó.
Para cuando las sanciones
llegaron, ya Venezuela venía mal desde hace rato. E incluso, hay analistas que
dicen que llegaron tarde, en tanto y en cuanto se hubieran hecho sentir si se
hubieran dado en tiempos más prósperos. Ya en días de vacas flacas, no hacen
mucha diferencia.
En todo caso, sobre la
efectividad de estos instrumentos de presión para lograr un viraje en las
políticas de una nación que se consideran desacertadas, hay mucha tela que
cortar. En Cuba, por ejemplo, no surtieron aún efecto hasta el día de hoy.
Y siempre queda en el aire la
pregunta más sensible: ¿cuánto afectan al ciudadano de a pie? Aunque estén
dirigidas a entes gubernamentales o a funcionarios en particular, es
inevitable, desde nuestro punto de vista, que su rebote permee hacia el resto
de la sociedad. Más allá de la realidad que estamos viviendo, son esa clase de
noticias que preferiríamos no recibir.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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