viernes, 3 de enero de 2020

“Dos Venezuelas “

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Si algo era previsible desde que asomó a la luz la propuesta política que se autodenominó como “revolucionaria” en nuestro país, era el hecho de que su llegada al poder institucionalizaría una fractura, una división de fondo en nuestro país.

Así ha sido y así se ha mantenido por dos décadas, profundizando hasta lo inimaginable esta brecha, en todo sentido.

Y ya está muy lejos de ser un asunto superficial, simplemente de colores. O de ideologías. Se trata de hechos que sitúan a los venezolanos en orillas opuestas, incluso para los más vitales asuntos de su cotidianidad.

Tomemos como ejemplo la situación económica. Este año 2019 llevó la profundización de las diferencias hasta niveles inimaginables. Pareciera que se empeñó en demostrar la tesis aquella de que “siempre se puede estar peor”.

En principio y como bastante se predijo, volvió sal y agua al llamado “bolívar soberano”. Pero lo hizo a mucha mayor velocidad de lo que sucedió con el extinto bolívar fuerte. Todo esto se había predicho, todo era de esperarse; pero no dejaron de sorprender tanto la intensidad como la velocidad de los acontecimientos.

Lo más irónico de la situación es que el otrora proscrito dólar, terminó de reventar los muros de contención.

La satanizada divisa estadounidense, objeto de controles y prohibiciones, hoy corre libremente en el país, con la insólita bendición de quienes renegaban de ella hasta el día de ayer.

De nada valió más de década y media de control cambiario, de leyes y sanciones, de convertirle en el eje obsesivo-compulsivo de discursos y luchas contra molinos de viento. Su omnipresencia hoy en territorio nacional, es la prueba más contundente de lo erradas que han estado las políticas económicas durante más de tres lustros.

Por años se sometió a la ciudadanía a engorrosos procesos de fiscalización para acceder a la divisa. Los trámites y el papeleo eran interminables, y con ello se hicieron inalcanzables productos necesarios, que no eran producidos en el país, porque de manera paralela se desestimuló la producción nacional, hasta llevarla a niveles prácticamente de parálisis.

Al día de hoy, muchos nos preguntamos: ¿para qué todo esto, entonces? ¿Fuimos víctimas de un experimento siniestro que falló? ¿Terquedad, improvisación? O quizás fue el triunfo de la ideología sobre la lógica, sobre las leyes inquebrantables de la economía, sobre la “realpolitik”.

Lo lógico durante situaciones como la que hemos transitado estos años, es que se tome a la moneda norteamericana como pauta, ya que la gente busca referencia y estabilidad ante la incertidumbre que ofrece un panorama económico como el nuestro.

Es así como el dólar convivió y resistió, se fue filtrando bajo un discurso oficial adverso y en forma literalmente “paralela” se volvió un universo del cual nadie hablaba, pero con el que muchos de una manera u otra tenían contacto.

Hoy, en la Venezuela actual, se ha consolidado rápidamente la existencia de dos mundos: el de quienes tienen acceso a la moneda estadounidense y el de quienes no lo tienen.

El inesperado y sorprendente beneplácito de quienes se dicen revolucionarios con la presencia de George Washington en las carteras nacionales, ha dejado por fuera un aspecto crucial. Esta dolarización se ha producido de facto y no como una política de Estado, que se ha implementado exitosamente en otros países. Como tal, no ha hecho sino profundizar una desigualdad que ya era enorme en nuestro país.

Dejar que el dólar corra libremente, como río en conuco, es un reconocimiento de que hay un gobierno que no gobierna. Que las leyes, decretos y órdenes no funcionaron, que la terca economía terminó por autorregularse y que, finalmente, se estuvo muy lejos de proteger a los más vulnerables, quienes supuestamente eran la razón de ser de esta propuesta política. 

Con el agregado –insólito por demás– de un fenómeno que tiene perplejo a muchos y que se ha dado en llamar “inflación en dólares”.

Y es que, aunque los precios de bienes y servicios se fijen en la divisa, no están exentos de seguir aumentando, también en ese signo monetario.

¿La explicación? La escasez de bienes. Es elemental saber que cuando la demanda sobrepasa a la oferta, el precio del producto en cuestión sube. Y cuando el diferencial entre la oferta y la demanda es demasiado pronunciado, como en el caso venezolano, no hay dólar que ataje el fenómeno.

Lamentablemente, el panorama para cerrar este 2019 es oscuro y sombrío. Más inflación, más devaluación, menos control de la gente sobre sus economías personales y familiares. Y ningún remedio a la vista; muy al contrario, solamente una profundización del caos como sistema. Quisiéramos decir “Feliz 2020”, pero no lo vemos viable hasta que no haya un cambio profundo en la manera de conducir al país.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

 
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