Si algo era previsible desde que
asomó a la luz la propuesta política que se autodenominó como “revolucionaria”
en nuestro país, era el hecho de que su llegada al poder institucionalizaría
una fractura, una división de fondo en nuestro país.
Así ha sido y así se ha mantenido
por dos décadas, profundizando hasta lo inimaginable esta brecha, en todo
sentido.
Y ya está muy lejos de ser un
asunto superficial, simplemente de colores. O de ideologías. Se trata de hechos
que sitúan a los venezolanos en orillas opuestas, incluso para los más vitales
asuntos de su cotidianidad.
Tomemos como ejemplo la situación
económica. Este año 2019 llevó la profundización de las diferencias hasta
niveles inimaginables. Pareciera que se empeñó en demostrar la tesis aquella de
que “siempre se puede estar peor”.
En principio y como bastante se
predijo, volvió sal y agua al llamado “bolívar soberano”. Pero lo hizo a mucha
mayor velocidad de lo que sucedió con el extinto bolívar fuerte. Todo esto se
había predicho, todo era de esperarse; pero no dejaron de sorprender tanto la
intensidad como la velocidad de los acontecimientos.
Lo más irónico de la situación es
que el otrora proscrito dólar, terminó de reventar los muros de contención.
La satanizada divisa
estadounidense, objeto de controles y prohibiciones, hoy corre libremente en el
país, con la insólita bendición de quienes renegaban de ella hasta el día de
ayer.
De nada valió más de década y
media de control cambiario, de leyes y sanciones, de convertirle en el eje
obsesivo-compulsivo de discursos y luchas contra molinos de viento. Su
omnipresencia hoy en territorio nacional, es la prueba más contundente de lo
erradas que han estado las políticas económicas durante más de tres lustros.
Por años se sometió a la
ciudadanía a engorrosos procesos de fiscalización para acceder a la divisa. Los
trámites y el papeleo eran interminables, y con ello se hicieron inalcanzables
productos necesarios, que no eran producidos en el país, porque de manera
paralela se desestimuló la producción nacional, hasta llevarla a niveles
prácticamente de parálisis.
Al día de hoy, muchos nos
preguntamos: ¿para qué todo esto, entonces? ¿Fuimos víctimas de un experimento
siniestro que falló? ¿Terquedad, improvisación? O quizás fue el triunfo de la
ideología sobre la lógica, sobre las leyes inquebrantables de la economía,
sobre la “realpolitik”.
Lo lógico durante situaciones
como la que hemos transitado estos años, es que se tome a la moneda
norteamericana como pauta, ya que la gente busca referencia y estabilidad ante
la incertidumbre que ofrece un panorama económico como el nuestro.
Es así como el dólar convivió y
resistió, se fue filtrando bajo un discurso oficial adverso y en forma
literalmente “paralela” se volvió un universo del cual nadie hablaba, pero con
el que muchos de una manera u otra tenían contacto.
Hoy, en la Venezuela actual, se
ha consolidado rápidamente la existencia de dos mundos: el de quienes tienen
acceso a la moneda estadounidense y el de quienes no lo tienen.
El inesperado y sorprendente
beneplácito de quienes se dicen revolucionarios con la presencia de George
Washington en las carteras nacionales, ha dejado por fuera un aspecto crucial.
Esta dolarización se ha producido de facto y no como una política de Estado,
que se ha implementado exitosamente en otros países. Como tal, no ha hecho sino
profundizar una desigualdad que ya era enorme en nuestro país.
Dejar que el dólar corra
libremente, como río en conuco, es un reconocimiento de que hay un gobierno que
no gobierna. Que las leyes, decretos y órdenes no funcionaron, que la terca
economía terminó por autorregularse y que, finalmente, se estuvo muy lejos de
proteger a los más vulnerables, quienes supuestamente eran la razón de ser de
esta propuesta política.
Con el agregado –insólito por
demás– de un fenómeno que tiene perplejo a muchos y que se ha dado en llamar
“inflación en dólares”.
Y es que, aunque los precios de
bienes y servicios se fijen en la divisa, no están exentos de seguir
aumentando, también en ese signo monetario.
¿La explicación? La escasez de
bienes. Es elemental saber que cuando la demanda sobrepasa a la oferta, el
precio del producto en cuestión sube. Y cuando el diferencial entre la oferta y
la demanda es demasiado pronunciado, como en el caso venezolano, no hay dólar
que ataje el fenómeno.
Lamentablemente, el panorama para
cerrar este 2019 es oscuro y sombrío. Más inflación, más devaluación, menos
control de la gente sobre sus economías personales y familiares. Y ningún
remedio a la vista; muy al contrario, solamente una profundización del caos
como sistema. Quisiéramos decir “Feliz 2020”, pero no lo vemos viable hasta que
no haya un cambio profundo en la manera de conducir al país.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui