David
Uzcátegui
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La desbordada inflación que hoy padece Venezuela es un
asunto que no se puede ocultar. Todos la sufrimos cada vez que pagamos los
bienes y servicios necesarios para la subsistencia. Es decir, permanentemente.
Se trata de un problema de larga data que, a cuenta de no
haber sido atendido, ha empeorado a paso de vencedores. Las alarmas se
prendieron desde hace mucho rato, alertando que el asunto tiene que ver con un
muy desatinado manejo de la economía.
Pero la terca insistencia en profundizar políticas
económicas tan erradas como fracasadas, nos ha puesto hoy en un cuadro de
dudoso honor, al encabezar las naciones con más alta tasa inflacionaria en el
planeta, según el Fondo Monetario Internacional.
La misma fuente afirma que estamos escoltados por Sudán del
Sur, Libia, Egipto y Surinam, todos con índices mucho menores que el nuestro.
¿Y por qué apelamos a organismos externos para citar cifras
inflacionarias? Porque, desde diciembre de 2015 el Banco Central de Venezuela,
ente del Estado encargado de monitorear este indicador, no ha vuelto a revelar
sus cifras.
¿En cuál terreno estamos parados realmente al momento de
escribir estas líneas en cuanto al tema?
El presidente de la Comisión de Finanzas del Parlamento, el
economista José Guerra, explicó a la agencia de noticias Efe que la Asamblea
Nacional decidió construir un índice de inflación, usando toda la metodología
del Banco Central, debido al silencio del ente emisor.
La inflación acumulada hasta agosto de este año alcanzó el
366,1 %, según informó la mencionada Comisión del Parlamento. Muy por encima
del 119% que exhibe Sudán del Sur, el segundo país con mayor inflación en el
planeta, tras el nuestro. Y recordemos que ellos alcanzaron esta cifra en doce
meses, mientras nosotros la triplicamos apenas en ocho.
Entre las referencias que podemos citar para tratar de
llenar el vacío de información oficial, el diputado Ángel Alvarado indicó que
"Este incremento obedece a varias razones; primero, a que ha habido una
expansión descomunal de la base monetaria de más del 300%,”, a lo cual agrega
el dañino financiamiento del Banco Central de Venezuela al Ejecutivo nacional.
Es decir, se ha incrementado de forma notable la circulación
de dinero inorgánico, o de billetes sin respaldo en las bóvedas del BCV.
Continúa señalando Alvarado que el incremento también se
debe a la "fuerte restricción a las importaciones y escasez de materia
prima para producir" y por la "devaluación" de la moneda
"tanto en el tipo de cambio paralelo como con el oficial Dicom (Divisas
Complementarias)".
Todas estas causas han sido señaladas una y otra vez por
numerosas voces del debate público, entre quienes nos incluimos. Y no es por
caer en la tentación de decir “Se los dijimos”, ojalá todos nos hubiéramos
equivocado.
Pero lo más terrible es la falta absoluta de voluntad para
corregir el rumbo mientras, muy por el contrario, se profundizan las
equivocaciones cometidas, se huye hacia adelante en una actitud que no es más
que intentar apagar el fuego con gasolina.
Volviendo al vacío de información del BCV, recordemos que la
última vez que el ente emisor publicó la cifra de ese indicador, señaló que
había cerrado 2015 en un 180,9%.
No debemos saber demasiadas matemáticas para constatar que
se ha incrementado exponencialmente, ya que lo sentimos en nuestros bolsillos y
en el deterioro de nuestra calidad de vida. Es el tema principal de
conversaciones -angustiosas por demás- dondequiera que vayamos.
Cuando se recurre a las fuentes gubernamentales para debatir
este grave problema, imposible de ser ignorado, la respuesta -harto conocida-
es que estamos en “guerra económica”.
Se trata del mismo argumento que venimos escuchando desde
hace ya unos cuantos años.
Supongamos que sí existe una confabulación de factores
perversos que atentan contra la economía de Venezuela. Cabe preguntarse: ¿por
qué el gobierno está perdiendo esta guerra? ¿Por qué no hace algo para atajar
la desgracia que estamos viviendo? ¿Por qué insisten en seguir aplicando las
políticas equivocadas?
Porque, como dice el dicho: si siempre haces lo que siempre
has hecho, seguirás obteniendo lo que siempre has obtenido. Es desquiciado
esperar resultados distintos si las acciones no cambian. Sin embargo, eso es lo
que vivimos.
¿Soluciones? Enumeradas hasta el cansancio: trabajar de la
mano con la iniciativa particular, protegerla y darle su espacio, delegar en el
sector privado renglones de la economía que no deben estar en manos del Estado
y que solamente sirven para convertirlo en un elefante blanco –rojo en este
caso-, controlar el déficit fiscal, disciplina administrativa del gobierno y
desmontar el enrevesado control de cambios.
Sí, es predicar en el desierto. Pero luego no digan que no
lo dijimos.