viernes, 6 de octubre de 2017

“En igualdad de condiciones”

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David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Uno de los supuestos, de los “debe ser” de la democracia, es el acudir a las siempre tan esperadas citas electorales en igualdad de condiciones. Pero sabemos que no siempre es así.

Esto ha sido siempre un dolor de cabeza, porque el menos imperfecto y más perfectible sistema de gobierno que se ha dado el hombre, cojea de ese problema.

¿Cómo hacer para que los candidatos oficialistas no avasallen a los opositores, gracias al ventajismo del aparato gubernamental? Y esta es una pregunta que se hacen incluso las democracias más solventes del planeta. Porque el poder siempre tiende a desbordarse, por más ecuánimes que sean las manos que lo manejen.

Quizá la primera medida de saneamiento sea, justamente, hacerse esa pregunta. El eterno cuestionamiento a sí misma, es también uno de los motores de la democracia.

Y la sola existencia de esta interrogante, implica que las cosas se quieren hacer bien. Porque se sabe –o hay que saber- que hay que atajar cualquier deterioro de este sistema, por mínimo que sea. Puede constituirse, en caso contrario, en un boquete que crezca y por el cual el barco hace agua. Y eso, nos hunde a todos.

Todo esto viene a colación, por supuesto, de cara a las próximas elecciones del 15 de octubre.

Y es que no deja de preocuparnos, entre las numerosas observaciones que nos hace llegar la gente, el hecho de cómo se han desdibujado esta clase de límites en Venezuela.

Lo deseable sería, por ejemplo, que las máximas autoridades del poder Ejecutivo nacional se abstuvieran de opinar y participar del debate en unas elecciones que son de carácter regional.

Y esta es la esencia de aquellas democracias que se acercan a la perfección y que tanto admiramos.

Sabemos que la imparcialidad como tal no puede existir en forma químicamente pura, y que por lo general, algún cabo suelto queda en estas situaciones.

Pero, en una sociedad ideal, las mismas autoridades serían las encargadas de detectar y corregir estos excesos en una clara autorregulación; amén del deber y el derecho que tienen los actores sociales de señalar las irregularidades. Y la obligación de los gobernantes de escuchar estos señalamientos y atajar los excesos denunciados.

El deber seria, por ejemplo, que la propaganda electoral se debe equilibrar en todos los medios de comunicación, incluidos los del Estado y que ninguna de las opciones políticas –dos, en el caso de Venezuela- debería tener más presencia que el adversario.

Esto incluye por supuesto, a las entrevistas y las coberturas de los actos de campaña.

También se deberían restringir –autorestringir- los comentarios de las autoridades en ejercicio de sus respectivos cargos a favor de candidatos de su tolda, e incluso las fotos, videos o cualquier tipo de imágenes que puedan insinuar un endoso del poder que ostenta un funcionario en favor de quienes vistan su misma franela política.

Cabría también abrir una discusión sobre cuánto aportan esta clase de desatinos a quienes circunstancialmente usufructúan el poder. Porque el electorado es agudo y sensible, mucho más de lo que se puede imaginar.

El sentido de justicia de la gente permanece intacto, por lo cual el desequilibrio es percibido y rechazado, haciéndolo contraproducente para quienes busquen ser favorecidos con cualquiera de estas prácticas.

Y es que, en general, toda esta clase de errores de estrategia parten de una subestimación del elector. Porque la propaganda es uno de los elementos que incide en la toma de decisión final de cada persona respecto a quién será el candidato que va a merecer su voto. Pero hay muchos otros elementos que pesan en la balanza.

Y por supuesto, esto tiene que ver con la calidad de vida que percibe cada quien en su entorno, y en qué tanto responsabiliza a las autoridades en ejercicio de todo lo bueno o lo malo que le suceda y que provenga de las instituciones responsables de gestionar los distintos aspectos de la vida pública.

Colocando la saturación de propaganda oficialista en el marco de esta fórmula, y no percibiéndola de manera aislada, es como entendemos que ciertos excesos pueden ser en definitiva contraproducentes.

Nos gustaría ver equilibrio, civismo, conciencia, altura y crecimiento ciudadano en la justa por producirse en pocos días. Sin embargo, si no lo vemos, o si vemos menos de lo deseable, también será para nosotros una lección como colectividad.

Porque nos daremos cuenta de lo que no se debe hacer, y por qué no se debe hacer. Y esto nos incluye a todos. Porque intentar generar imposiciones cuando se tienen posiciones de poder, suma menos de lo que se podría pensar.

Al final del día, intentar detener los cambios históricos que tienen que producirse porque les llegó el momento, es un caso perdido. Y resistirse a ello, deja aún más en evidencia que son necesarios.

 
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