David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Según el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española, “Anomia” es ausencia de ley. También, y según
la misma fuente, la anomia es “un conjunto de situaciones que derivan de la
carencia de normas sociales o de su degradación”.
Lamentablemente, la Venezuela de
los últimos días ha visto crecer exponencialmente su grado de anomia, ante la
pasiva mirada de unas autoridades que no tiene ni idea de su razón de ser.
Las situaciones de violencia que
han costado vidas y devastado comercios en diversos lugares de nuestra patria,
hablan de una degradación extremadamente grave en nuestra condición ciudadana.
Especialmente en Ciudad Bolívar,
donde los hechos tuvieron proporciones inocultables, se puede medir no
solamente hasta dónde puede llegar la anomia que ya está en marcha desde hace
rato, sino la imposibilidad de atajarla si seguimos por el mismo rumbo.
Anteriormente hemos dicho que
quienes administran actualmente a la nación tienen vocación de dirigirse sin
freno hacia una “tormenta perfecta” y lo sucedido recientemente lo corrobora.
No solamente se trata de que el
dinero no alcance, es también la orden y contraorden de sacar de circulación
los billetes de 100 bolívares, el hecho de no saber cuánto vale la plata o aún
peor, no tener siquiera idea de si vale algo.
Ante la falta de piso que tiene
la ciudadanía cuando del aspecto económico se trata, se superpone el
empeoramiento de las condiciones de abastecimiento de los alimentos. No hay
dinero en el bolsillo, o simplemente no vale, no hay comida.
El desmantelamiento del contrato
social en nuestra tierra data de mucho tiempo atrás, y tiene que ver con el
mismo funcionariado que viola la norma, que se vanagloria de ello, que lo hace
público y que dice: “Sí, lo hice, ¿y qué?”.
Tiene que ver también con ese
desgraciado episodio del 27 de febrero de 1989, el llamado “caracazo”, un
accidente histórico que jamás ha debido ocurrir y que ha sido
irresponsablemente vanagloriado como gesta heroica, cuando ha debido ser
analizado y desmenuzado como un accidente histórico que encendiera las alarmas
ante los errores que como colectividad hemos cometido.
Si no hay gobierno que cuide, que
administre, que propicie el bienestar ciudadano; si sencillamente no hay nadie
que guíe a una sociedad hacia el crecimiento y hacia el establecimiento de
patrones que permitan aspirar con un mínimo de certeza al bienestar, la
sociedad se desmantela, como está sucediendo con la venezolana a paso de
vencedores.
Se suma a todo lo que sucede, la
incertidumbre. La vocería oficial no declara, dice una cosa un día y lo
contrario al siguiente; o sencillamente ignora el pandemónium nacional y se
dedica a hablar de sus batallas de fantasía sin dar la menor respuesta útil a
la gente.
Otra consecuencia de la fractura
nacional que estamos padeciendo hoy, es la desinformación. El aparato represivo
se ha dedicado a criminalizar la información, embargándola y reservándola para
fuentes oficialistas. Al sol de hoy, el mundo entero se pregunta qué es lo que
realmente ha acontecido en Ciudad Bolívar y otras urbes durante los últimos
días.
Los medios tienen vetada la
cobertura, so pena de multas impagables o de cierres mediante sofisticados
artificios legales. Tenemos que armar el rompecabeza de la realidad a punta de
fragmentos que obtenemos en las redes sociales, a través de fotografías y
videos ciudadanos, que son la única contrapartida al blackout noticioso que
sufrimos los venezolanos.
Los medios internacionales son
los que mejor reflejan lo que sucede puertas adentro en el país, dado que ellos
sí pueden armar el citado rompecabezas que para quienes estamos dentro de las
fronteras permanece incompleto.
¿Cuántas personas perdieron la vida?
¿Cuántos comercios cerrarán para siempre? ¿Cuántas personas abandonarán el país
tras lo sucedido?
El condenable caracazo nos dejó
una lección de destrucción y devastación que vuelve a repetirse: los comercios
vandalizados son insustituibles en las comunidades que ahora dejan de atender.
A todas las dificultades para procurarse el sustento en la Venezuela actual, se
suma hoy el cierre de puntos de venta.
La responsabilidad última es de
quienes acumulan todo el poder acumulable. ¿Qué dicen? ¿Qué hacen? ¿Por qué
llegamos a esta tristeza y esta vergüenza? ¿Alguien da una explicación?
¿Alguien asumirá responsabilidades?
Quisiéramos pensar que, tras
haber llegado a semejante nivel de anomia, esto se detendrá aquí; pero lo que
se ve en el horizonte no permite ni de lejos el optimismo. La destrucción de
Venezuela sigue adelante.