jueves, 18 de agosto de 2016

“Salario y agua”

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David Uzcátegui
@DavidUzcategui

La palabra “salario” procede del Imperio Romano, donde parte de la remuneración que recibían los soldados que cuidaban la vía hacia las salinas, era entregada en sal.

Quizá sea bueno recordar el emparentamiento etimológico de ambas palabras para adentrarnos en una realidad muy cruda: el salario venezolano se ha vuelto, literalmente, sal y agua.

Y resulta extraño que comencemos en estos términos unas líneas destinadas a comentar el más reciente aumento salarial decretado por el poder Ejecutivo en Venezuela.

Pero es que subir los sueldos ya no es un truco que sorprenda, ni mucho menos que sea aplaudido. El mago se queda sin capacidad de deslumbrar a la audiencia, que se levanta y se va. Y pide que le devuelvan su dinero.

A fuerza de enfrentar los hechos, ya la inmensa mayoría de los venezolanos –incluyendo a los partidarios del oficialismo- saben que más bolívares en su bolsillo no significan mayor poder adquisitivo.

Y que, incluso, son tales los desequilibrios de la economía, que el subir las remuneraciones puede terminar significando echarle gasolina a un incendio.

Desde la autodenominada revolución tomó el poder hasta el día de hoy, hemos visto más de treinta aumentos salariales.

Solamente este año, se han decretado tres. ¿De qué han servido?

Que levante la mano quien piense que hoy puede comprar más que ayer.

O, para ponerlo en términos más realistas aún, que levante la mano quien crea que la inflación ya se habrá comido la exigua compensación antes de llegar a su bolsillo.

El Fondo Monetario Internacional prevé una inflación del 700% en Venezuela para 2016. Lo cual convierte al incremento del 50% literalmente en sal y agua.

Por otro lado, cabe una pregunta que todo el mundo se hace: ¿cómo va a pagar los nuevos montos la empresa privada a sus empleados, si están en el momento de productividad más baja en su historia?

Para pagarle a la gente tienen que vender. Para vender, tienen que producir. Para producir, deben tener materia prima.

Y adicionalmente, y para explicarlo de la manera más sencilla posible, para vender, la gente tiene que comprar. Y hoy no tienen la capacidad de hacerlo.

El mismo gobierno lo confiesa al decretar aumentos salariales compulsivamente, una y  otra vez. Algo que no sería necesario si nuestros ingresos fueran medianamente cónsonos con lo que se requiere para vivir.

Y sí, el venezolano ha aprendido de economía. Y saca la cuenta sobre cómo puede manejar el menguado sector privado, que aún tiene poder de surtir empleos de cierta calidad, unos compromisos con sus trabajadores sin ir a la quiebra, que es la realidad que se maneja en un horizonte no muy lejano, ante el incremento de las cargas y la disminución de los ingresos.

Los funcionarios gubernamentales se ufanan de que somos el país donde más incrementos de los sueldos se decretan en el mundo. Pero se cuidan muy bien de no mencionar que también padecemos, por mucho, la inflación más alta del planeta.  Un hecho que pulveriza al otro.

Tampoco se menciona en las comunicaciones oficiales el hecho de que el sector público no está al día con los compromisos de aumento a su personal decretados este año. En casa del herrero, cuchillo de palo.

¿Cómo es esta realidad en el resto del mundo? Por ejemplo en Europa, el promedio del poder adquisitivo frente al salario mínimo para la adquisición de la cesta básica de alimentos es de un promedio de 16% al 18%; mientras el salario mínimo colombiano les alcanza para comprar la cesta básica por un monto inferior al 30% de ese ingreso.

En Venezuela se necesita el sueldo de varios meses para el mismo objetivo. Recordemos que la última actualización que tenemos de ese indicador económico fue dada a conocer el pasado mes de julio, corresponde a junio y totaliza un monto de 365.101,19 bolívares, según el último informe del Cendas-FVM.

Y por cierto, ya no se habla de la guerra económica. Desde hace rato no es un pretexto creíble en una economía de un país donde un sector político tiene todo el poder y donde adicionalmente, el sector privado ha sido prácticamente arrasado, tras haber sido criminalizado y estigmatizado por voceros oficialistas.

Quizá los mismos ideólogos de los discursos gubernamentales decidieron abortar la misión de seguir martillando con ese estribillo. Y habría una razón muy lógica: un proyecto político que se ufana cada vez que puede de su capacidad bélica, queda muy mal al perder reiteradamente una guerra contra enemigos que se suponen infinitamente inferiores.

Pero hay otra razón aún más sencilla: la gente sabe que es mentira y nunca se lo creyó.

Si algún aprendizaje valioso podemos ver en medio de la comprometida situación nacional, es que todos estamos mucho más claros en cómo funciona la economía. Todos, menos quienes hoy la manejan.

 
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