David Uzcátegui
@DavidUzcategui
La compleja situación del
gobierno de Brasil pica y se extiende, crece como bola de nieve. Al momento de
escribir esta nota, se tiene como una posibilidad cierta la destitución y
enjuiciamiento de la presidente Dilma Rousseff, por sonoros casos de corrupción.
¿Qué sucedió para que la heredera
de Lula Da Silva esté a punto de salir por la puerta trasera de la historia de
su país? ¿En qué momento se perdió la alegría colectiva que se había alcanzado
en la vecina nación por el triunfo de Lula da Silva y posteriormente el de su
sucesora?
Ciertamente, si retrocedemos unos
cuantos años, la luna de miel de los brasileños con Lula parecía un jardín de
rosas. El país crecía, la clase media recibía a nuevos miembros, se robustecía
el poder adquisitivo y la nación crecía; hasta lograba convertirse en sede de
los mayores eventos deportivos, como el Mundial de Futbol y las Olimpiadas.
Da Silva parecía estar haciendo
lo que tenía que hacer: atraía inversiones, trabajaba en su marca-país,
posicionaba el talento carioca en el mundo y, sobretodo, mantenía a sus
ciudadanos contentos.
Sin embargo, el crecimiento de
Brasil no fue lo suficientemente orgánico y no pudo alcanzar las coordenadas
del desarrollo. En su contra jugó –y sigue jugando hoy- la enorme desigualdad
que aquella sociedad alberga en su seno y que no pudo corregirse
suficientemente.
Y sobre todo, jugó la corrupción.
Los escándalos que hoy revientan, como el de Petrobras, y que venían moviéndose
desde hace años bajo la piel aparentemente próspera del lulismo-dilmismo.
Toda fiesta trae resaca. Se cantó
victoria antes de tiempo y el aterrizaje es duro, la desilusión terrible y la
gente pasa factura.
Lo que sucede es lamentable desde
todo punto de vista. En primer lugar, porque todos hubiéramos querido que el
crecimiento del gigante que tenemos al sur hubiera sido más orgánico y
sustentable, para el bienestar de sus pobladores.
En segundo lugar, la estabilidad
–o inestabilidad- económica y política de Brasil influye para bien o para mal
en todo el continente, debido a las enormes dimensiones de esta nación.
Y también cae en lo lamentable,
el hecho de que tanto Lula como Dilma y su Partido de los Trabajadores,
trajeran una ilusión de llegar al poder cargada de idealismo, ganada a las
causas más nobles y elevadas, que en el camino se contaminó con todas las
perversiones, con las peores prácticas de lo que decían combatir.
¿Cómo serán los próximos días en
la convulsionada tierra brasileña? Pues no lucen fáciles. La señora Rousseff
tiene fama de tener un carácter duro y de no rendirse ante las dificultades.
Fue legendaria su actuación durante la dictadura militar de los años 60 y 70,
donde enfrentó cárcel y torturas. Habría que ver si puede más esta inclinación
personal hacia la intransigencia o la certeza de que despejar el camino para
salir de la crisis sería un gran favor para el porvenir de su patria.
Su suerte está en manos del
Congreso, el cual se inclina inequívocamente a su salida. A pesar del
personalismo y el populismo que ha caracterizado las administraciones Da
Silva-Rousseff, las instituciones brasileñas gozan de buena salud. Y aunque
siempre queda un margen de maniobra, habrá que ver qué sucede.
Uno de los protagonistas
emergentes de esta interesante trama de intrigas es el vicepresidente Michael
temer, enfrentado a la mandataria y quien ya tiene montado un hipotético equipo
de gobierno.
Otro de los hombres clave es el
presidente del Senado, Renan Calheiros, quien luce como aliado de la primera
magistrada y tiene en sus manos la potestad de jugar con los tiempos para
acelerarlos o extenderlos.
Dilma apuesta porque la situación
se prolongue para que se enfríe; mientras Temer prefiere apresurarse para
surfear la ola del descontento popular en caliente, que se ha mostrado con
impresionantes manifestaciones multitudinarias en las principales ciudades de
Brasil.
Si Dilma es destituida y enfrenta
un juicio, el señor Temer tomaría la presidencia con el peso de no ser un
hombre carismático y que despierta escasas simpatías, aún entre los detractores
de la Rousseff. En contrapartida, los mercados parecen confiar en él, ya que ha
tendido puentes hacia especialistas en el área económica para enderezar el
rumbo de trepidante decrecimiento que ha convertido al post-lulismo en un
aterrizaje forzoso.
Otro factor a tener en cuenta, es
el partido de los Trabajadores, la robusta organización política que ha
respaldado a Lula y Dilma. Si bien han obtenido un fracaso estrepitoso en su
prueba de habilidad para gobernar; conservan su tradición de movilizaciones de
calle y este puede ser un factor de cuidado si pasan a la oposición.
En el momento actual, todos los
actores principales deben evitar el síndrome del elefante en la cristalería y
actuar con la máxima prudencia, por el bien de Brasil y de todo el continente.