David Uzcátegui
@DavidUzcategui
El resultado de las recientes
elecciones presidenciales en Argentina, anuncia un cambio en el rumbo político
de la nación suramericana. Algo que era de esperarse, porque tanto la historia
como la política, son de ciclos.
La gran interrogante en Argentina
de cara a las elecciones, era: ¿habrá segunda vuelta o ganará la presidencia
Daniel Scioli?
Pero tras conocerse los
cómputos, que dejaron una muy cerrada
diferencia a favor del candidato del gobierno y un considerable crecimiento del
opositor Mauricio Macri, de la alianza Cambiemos, ahora la pregunta es otra:
¿podrá mantenerse el oficialismo en el poder tras el venidero “ballotage” del
22 de noviembre?
Los medios de comunicación
internacionales calificaron como una gran sorpresa lo sucedido, especialmente
cuando desde la gobernante fuerza peronista del kirchnerismo se esperaba una
indudable victoria de su representante, la cual debía darse con un margen
superior al 10% de votos a favor, con el fin de evitar la segunda vuelta.
Pero el estrecho resultado
obtenido ha convocado al llamado “ballotage” que es, en sí, una derrota
explícita para el oficialismo que controla a la nación sureña desde hace 12
años. A pesar de que Scioli sí ganó la primera vuelta, el estrecho margen permitiría
calificar como “pírrica” su victoria, en el estricto sentido de este término,
ya que fueron muchos los antiguos partidarios del peronismo que quedaron en el
camino, pero no por muerte en batalla sino por decepción. Y consecuentemente,
migraron a otras alternativas políticas.
Es difícil explicar qué pasó en
apenas dos meses, para que cambiaran tanto las preferencias de los argentinos
entre las primarias presidenciales de voto obligatorio de agosto pasado y las
recientes elecciones generales.
Cristina Kirchner atraviesa su
último año de Gobierno en medio de una crisis de confianza ante los mercados
financieros internacionales, a lo cual se suman condiciones negativas dentro
del propio país, debido a la falta de divisas, elevada inflación y disminución
en las reservas del Banco Central. La popularidad de la primera magistrada cayó
en febrero pasado del 32,5% al 29,8% luego de la polémica muerte del fiscal
Alberto Nisman.
Un dato clave es que finalmente
fueron muchos más argentinos a votar, y todo parece indicar que lo hicieron
impulsados por el “voto castigo”, en contra del sucesor designado para Cristina Kirchner. La participación en agosto
había sido del 74% y subió al 80,8%. Es decir, 2,1 millones de personas más.
Las elecciones locales conjuntas
con a las presidenciales también perjudicaron a al oficialista y beneficiaron
al opositor. En la provincia de Buenos Aires, donde vota el 37% de los
argentinos y gobernaba el peronismo desde hace 28 años, triunfó la candidata
liberal, María Eugenia Vidal. Y esto tuvo que ver con que enfrentó a uno de los
kirchneristas con peor imagen, Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete de
Ministros de la presidente Kirchner.
Así que el revés que recibió el
Frente para la Victoria (FPV), la organización de corte peronista que gobierna
hace 12 años el país y que es liderada por la primera mandataria, no sólo se
circunscribió a la batalla presidencial.
También es oportuno apuntar que
peronismo y kirchnerismo no son necesariamente sinónimos; en tanto y en cuanto
los esposos Kirchner imprimieron a su larga década más dos años en el poder un
estilo tan extremadamente personalista, que choca por consecuencia con otro
personalismo por definición, como lo es el peronismo, bajo cuyo conveniente
paraguas se ha amparado siempre, ante la amenaza de nubarrones.
Pero justamente este resultado
adverso puede agudizar las escisiones, especialmente cuando se entiende que el
peronismo tiene matices de muy amplio espectro y le ha dado a Argentina los más
variopintos políticos.
Y justamente, la autocrítica de
quienes hoy gobiernan hacia el interior de su propia coalición, es la urgencia
de reagruparse; cosa que parece cuesta arriba, por aquello de que la victoria
tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana.
Vendrán, por supuesto, los
reacomodos de fuerzas de cara al nuevo encuentro en las urnas. Y desde ya los
analistas se aprestan a apostar que las nuevas alianzas favorecerán a Macri.
Aún es temprano para afirmarlo,
pero parece que el ciclo Kirchner termina en Argentina. O al menos, entra en
receso. Es el vaivén normal de la historia y de la política. Habrá que ver si
es capaz de reinventarse y reflotar, como lo ha hecho tantas veces su marca
madre, el peronismo. O si su eventual despedida será sin segunda vuelta.