La progresiva imposición de
requisitos por parte de países vecinos para que a los venezolanos les sea
permitido entrar a sus respectivos territorios, solamente puede ser
interpretada de una manera: es imposible seguir negando o minimizando el éxodo
de compatriotas.
Esta semana pudimos conocer que
el gobierno ecuatoriano implementará la solicitud de una visa de carácter humanitario,
como requisito a los venezolanos que deseen ingresar a Ecuador.
Sin embargo, ¿cuál es la razón
para que países que antes no pedían visa a nuestros connacionales lo estén
haciendo?
En este caso, la propuesta partió
del presidente de esa nación, Lenin Moreno. Su justificación asegura que que,
hasta la fecha, "400.000 hermanos venezolanos se han asentado en Ecuador,
nadie esperaba esa gran corriente migratoria en una cantidad que es superior a
la migración de hermanos centroamericanos a los Estados Unidos, en forma
proporcional".
La novedad tomó por sorpresa a
numerosos compatriotas que se encontraban en territorio colombiano, efectuando
el viaje hacia la frontera con Ecuador, basados en la esperanza de poder entrar
a ese país, bien fuera para quedarse residiendo o con el fin de continuar su
tránsito hacia otras naciones que los están acogiendo, como Perú o Chile.
Esto, demás está decirlo, ha
colocado una carga adicional sobre Colombia, principal país receptor de
emigrantes venezolanos. Los coterráneos que se quedaron varados por el nuevo
requisito, se ven ahora obligados a quedarse contra su voluntad en territorio
colombiano, un país que ya ha recibido con enorme generosidad a un gran número
de nuestros emigrantes.
Por su parte, la Fundación de
Venezolanos en el Exterior (Funvex) de Ecuador pidió al presidente ecuatoriano
mayor flexibilización en los requisitos de entrada al país.
Su director, Eduardo Febres
Cordero, explicó a la agencia internacional de noticias Efe que "lo único
que nosotros podríamos pedir al presidente Moreno de antemano, es que
flexibilice el tema de las multas, de los antecedentes penales apostillados y
acepte definitivamente los pasaportes venezolanos vencidos, como lo han hecho
algunos otros países".
Algo similar ocurrió también
recientemente con Chile, país ya mencionado más arriba y que ha sido otro de
los receptores de la diáspora venezolana. Su gobierno puso en vigencia desde el
9 de abril del año 2018 una “Visa de Responsabilidad Democrática”, para
aquellos venezolanos que quieren establecerse allá. A mediados de este mes de
agosto, modificaron los requerimientos para solicitar requisitos adicionales a
los aspirantes a entrar a la nación austral.
¿Es casualidad que todo esto
ocurra de manera simultánea? Para nada. Simplemente se debe al campanazo de
alerta regional: los venezolanos que salen de su país se multiplican ante el
empeoramiento de la situación nacional. Y este éxodo no menguará, a menos que
Venezuela pueda ver con certeza cambios para bien en su administración.
La emigración no es moda ni
capricho, es una decisión extrema de dejar atrás a seres queridos, al entorno
donde se nació y se creció, a las competencias y habilidades que nos definen
como personas, para empezar de cero y desde la incertidumbre.
No hay duda de que quienes se
lanzan a esta aventura lo han pensado una y mil veces antes de decidirse. Y si
lo hacen, es porque no vislumbran otra salida.
Los voceros habituales ya han
salido una y otra vez a negarlo, a descalificarlo, a disminuirlo; pero la avalancha
de noticias que sale desde las naciones receptoras, no deja margen para el
equívoco: el éxodo venezolano es numeroso y se debe al fracaso de un modelo que
nos ha conducido erradamente por un despeñadero.
Tampoco ha servido de mucho la
campaña propagandística de venezolanos regresando al país, altamente sesgada y
manipulada; tanto así, que sencillamente nadie la cree. El efecto de unos pocos
devolviéndose contra muchos que se van, va bastante más allá de lo nulo.
Ya el problema adquirió
dimensiones internacionales y se encuentra en manos de los gobiernos de los
países receptores, quienes hacen lo imposible por administrar con la máxima
sensatez posible lo que ellos mismos han calificado como inesperado.
Y lo cierto es que no podemos
pedir más a quienes acogen a estos “caminantes”, como se ha dado en llamarles.
Los países vecinos han recibido a varios cientos de miles –más de seiscientos
mil en Colombia, por ejemplo– y escapa a nuestra imaginación el compromiso que
esto significa en todo sentido.
La solución, por ahora, reside en
nuestra imaginación. Ojalá todo cambiara en nuestro país, ojalá se pudieran
honrar los derechos de vida y bienestar, ojalá quienes se han ido regresaran.
Simplemente, ojalá que esto no estuviera sucediendo, es lo que todos deseamos.
Ojalá que esa no fuera la última salida.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui