viernes, 24 de abril de 2020

El pasado lunes 20 de abril, vivimos el día menos pensado para la industria petrolera mundial.  El petróleo estadounidense West Texas Intermediate para entrega en mayo padeció una caída tan aparatosa que pasó de cotizarse a US$18 por barril al inicio del día a un precio negativo de US$ -35,22 al cierre.

Seguramente muchos venezolanos recordamos aquella frase que quedó para la historia del “petróleo a cero”. Sabemos ya –y lo hemos padecido– que el oro negro es un bien sumamente fluctuante, que en un momento puede inundar al país de riqueza y al otro ponernos a pasar por el desierto de las vacas flacas, más allá de las buenas o malas administraciones que se hagan del mismo.

Pero, ¿llegar a cero realmente? Y peor aún: ¿cotizar negativo? Pues sí. Y eso fue lo que sucedió. ¿Por qué?

Según explican expertos en diversas publicaciones especializadas, lo acontecido se debió a que la capacidad de almacenamiento de la industria llegó a su tope por el bajo consumo; entonces los productores se vieron incluso en la necesidad de pagar para que el petróleo fuera retirado. Y a ello se debió que, mas allá de llegar a precios mínimos históricos, se registrara lo que muchos vimos asombrados como una cotización negativa.

Este lunes para el recuerdo terminó de enterrarse el mito de la robustez e invulnerabilidad de la industria petrolera, sobre el cual tercamente nuestros gobiernos han dejado la suerte del país, jugando a una ruleta rusa que cada vez luce más peligrosa.

Y en la cual, por cierto, ya no tenemos manera de echarnos atrás.

Lo vivido demostró que, por primera vez en la historia para el crudo era posible cotizar a un valor negativo, generando gran conmoción en el mercado energético.

El desplome reflejó las dificultades que ha estado experimentando el negocio petrolero mundial debido al exceso de producción y al frenazo de la demanda como consecuencia de la pandemia de coronavirus.

Volvemos a la tirana ley de oferta y demanda. El desplome en el consumo de combustible por el COVID-19 fue tan brutal como inesperada.

En el momento actual prácticamente el mundo entero está en cuarentena. No hay consumo de combustible en los carros, ni en los aviones, ni en los barcos. La caída del mercado ha sido tan dramática que podía suceder literalmente cualquier cosa.

Y por supuesto, no podemos esperar otra consecuencia: son malas noticias para Venezuela.

La caída de los precios del petróleo suele ser una novedad bien recibida en los países consumidores y un motivo de preocupación para los productores. En este sentido, también impactará en Colombia, México y Brasil, entre nuestros vecinos más cercanos.

Sin embargo, en esta tierra nos toma especialmente en un momento adverso, ya que hoy en día estamos viendo seriamente golpeados a los dos elementos que determinan nuestro ingreso petrolero: la producción –que ha caído sostenidamente– y el precio.

Ya es común decir que no se tomaron las previsiones durante la bonanza de la década pasada. No se ahorró, no se invirtió. La cuarentena mundial era el elemento que faltaba para que la vulnerabilidad de nuestro país nos deparara una tormenta perfecta.

Sin embargo, no todo son malas noticias. Al día siguiente el crudo volvió a cotizar en positivo, para los contratos futuros de entrega en junio, cuando se espera que hayamos pasado lo peor de esta situación.

Pero algo es cierto: el planeta está pasando por uno de sus momentos más adversos. No falta quien lo compare con la depresión de 1929 o con la Segunda Guerra Mundial.

En nuestra nación seguimos dependiendo medularmente del petróleo y ya hemos aprendido cuán volátil es este mercado, en sentido literal y metafórico. No va a estar fácil que se recupere, no solamente por el reflujo del coronavirus y su confinamiento subsecuente; sino también por las mismas situaciones endémicas de esta industria tan conflictiva: sobreproducción y guerra de precios, entre otros elementos perturbadores que están fuera de nuestro alcance.

Eso, para no hablar de los que sí podríamos controlar fronteras adentro, pero que están a la deriva desde hace rato, atentando contra la capacidad productora de la que una vez fue una empresa de referencia mundial. 

Si bien no hemos llegado al “fin de la historia”, como parecía ser el lunes pasado, sí debemos tener claro que estamos más empantanados que la semana anterior. Y el panorama es bastante incierto. No queda otra que admitirlo. Si lo es para el mundo, con mayor razón para los venezolanos.

Un viejo chiste en el sector petrolero dice que el mejor negocio del mundo es una petrolera bien manejada, y el segundo mejor negocio del mundo, una petrolera mal manejada. Pareciera que ahora, en medio del escenario actual, el peor negocio es una petrolera en tiempos de cuarentena.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

domingo, 19 de abril de 2020

Ya hemos superado el mes desde que la Organización Mundial de la Salud oficializó que el nuevo coronavirus COVID 19 era una pandemia, y numerosos países reúnen varias semanas de cuarentena, en un intento por atajar el avance de esta enfermedad, que ya ha demostrado que puede ser letal y que, de hecho, supera hasta el momento los dos millones de contagiados en todo el planeta, superando las ciento treinta mil muertes.

La incertidumbre sigue reinando, y con el mundo casi detenido, la pregunta es: ¿cuándo retornaremos a la normalidad?

La respuesta no parece ser alentadora. Sencillamente no lo sabemos y, en todo caso, lo que tenemos a la vista de modo más inmediato es una prolongación de las medidas que han sido tomadas en numerosas naciones para permitir salvar vidas.

Calles normalmente congestionadas están vacías y las familias se atrincheran en sus casas. Muchos de quienes se atreven a salir de sus hogares intentan mantener la llamada distancia social de seguridad con cualquiera que se encuentren, aunque estén haciendo colas para comprar productos que antes ignorábamos y que ahora son muy solicitados, como un elemental jabón.

Los padres tratan de mantener la calma y de ver cómo se las ingenian para cuidar a sus hijos durante el cierre de las instituciones educativas, quizás para lo que resta del año escolar. Y los restaurantes están vacíos, excepto algunos que intentan mantenerse a flote mediante el reparto a domicilio.

Esta es la nueva normalidad en la mayoría de las naciones.

¿Alguna pista de cuánto tiempo más podría estar el mundo en esto?

El primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, afirmó que cree que el país puede "cambiar el rumbo" de la lucha contra el brote en las próximas 12 semanas, lo cual pondría la vista en mediados de julio, pero no existe una visión clara de cuáles serían esos cambios.

En Estados Unidos, el presidente Donald Trump declaró esta semana que Estados Unidos estará lidiando con la crisis hasta julio o agosto, una proyección semejante a la de Johnson. Y hay que subrayar que Trump es uno de los líderes mundiales más optimistas frente al tema. Su urgencia por reanudar la normalidad para evitar daños profundos a la economía, ha sido ampliamente criticada; aunque otros entienden su punto de vista, ya que el prolongamiento de la inactividad puede afectar también a sectores menos favorecidos.

Sin embargo y en la localidad más afectada del mismo país, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, señaló que el número de casos de coronavirus en el estado podría alcanzar su pico, en aproximadamente unos 45 días. Solamente a partir de allí se podría comenzar a ver un descenso, el cual debería ser monitoreado, para establecer unas proyecciones que permitan aventurar posibles fechas de reinicio de actividades, siempre ene forma paulatina y escalonada, manteniendo esas normativas sociales y de higiene a las cuales nos hemos acostumbrado en las últimas semanas.

¿Cuál sería el riesgo de no mantener todas estas previsiones? Basándose en los datos de China y de los cruceros afectados por la pandemia, los científicos estiman que a menos que se tomen medidas para contener la propagación, cada afectado podría transmitírselo a otras 2 o 3 personas, lo que provocará un crecimiento exponencial del virus.

Si el virus pasa a una nueva persona cada dos o cinco días, según los cálculos de los expertos, una única persona contagiada podría generar más de 4 mil casos en un mes, asumiendo que no se haga nada para frenar esta cadena de transmisión.

Gran parte de los hombres de ciencia opinan que la lucha contra el COVID-19 no terminará hasta que haya una vacuna efectiva. Pero renombrados expertos internacionales coinciden en que pasará más de un año hasta que exista una aprobada para su uso extendido.

¿Vamos entonces hacia un confinamiento social de un año? Es algo que luce desde todo punto de vista inviable. ¿Cuál es la alternativa?

Una propuesta más viable podría ser un “plan de restricciones intermitentes” y un mejor monitoreo para controlar la enfermedad, una idea explorada en un nuevo estudio de investigadores del Imperial College de Londres.

Una vez el número de nuevos casos se sitúe por debajo de una determinada cifra, las escuelas, oficinas y restaurantes podrían reabrir. Pero si el número de contagios vuelve a repuntar, las restricciones volverían a entrar en vigor. Este es un plan que se ha difundido y que se está afinando como una solución intermedia, que permita ir reactivando sectores sociales a partir del cumplimiento de ciertos supuestos.

Si algo queda claro, es que profesionales valiosos en todo el orbe, están abocados tanto a atajar esta amenaza como a devolvernos paulatinamente a la normalidad cuando la prudencia lo permita.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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martes, 14 de abril de 2020

Se continúan sumando los días de convivencia entre la humanidad y el coronavirus COVID 19, las semanas se convierten ya en meses. Se sabe más sobre él, pero a la vez vuelven a reflotar dudas que ya se creían superadas.

Los científicos libran una carrera contra reloj, no solamente para una vacuna –debemos aceptar que tomará tiempo–, sino también para atajar la cifra de decesos hasta que se pueda encontrar el tratamiento preventivo.

Por ahora, los protocolos para disminuir el impacto en las sociedades, parecen relativamente estandarizados: lavado de manos, extremar la higiene, las mascarillas, el distanciamiento social. Y a todo ello agreguemos la cuarentena, o el ya famoso lema de “Quédate en casa”.

Esta última ha sido una herramienta efectiva y útil, ya que ha prevenido que las cosas empeoren y hasta ha logrado estabilizar –no disminuir, hasta el momento– el aumento de contagios en ciudades tan castigadas como Nueva York. Y esperemos que, más temprano que tarde, se pueda hablar de que se están revirtiendo las cifras, como se reporta que ya sucede en China.

¿Por qué es esta la fórmula que parece más acertada ante la incertidumbre? Pues porque es la manera de “aplanar el pico”, como hemos leído y escuchado en los medios de comunicación.

Se trata de postergar lo más posible el punto más alto en la cantidad de infectados, y que cuando se llegue a ese momento, la imagen se asemeje más bien a una meseta, menos aguda y más prolongada. ¿Por qué? Pues para dar a los centros de salud la oportunidad de prepararse, para que se produzcan los medicamentos que traigan alivio, para evitar al máximo el colapso del recurso humano de los hospitales y en pocas palabras, para estar preparados de la mejor manera posible. Y por supuesto, para dar a la ciencia el mayor lapso posible en su carrera por encontrar recursos de alivio y prevención.

Sin embargo, con el tiempo corriendo y sin suficientes certezas en la mano, se abren incógnitas e interrogantes a las cuales hay que poner atención.

Quizá la más importante sea: ¿se puede mantener indefinidamente una cuarentena ante las incertidumbres que rodean a la pandemia?

Este es el dilema de muchos líderes y gobernantes en este momento. Cuando el aislamiento en los hogares va sumando semanas y las actividades económicas están a media máquina, comienzan a preocupar las víctimas colaterales de esta crisis.

Y es que lo que muy probablemente sea una posible recesión en puertas, también puede traer en su rebote la pérdida de vidas, incluso por hambre, ante el disparo del desempleo.

Por otro lado, no a todos les está permitido, por su condición económica, quedarse indefinidamente en casa sin trabajar. Tampoco es privilegio de mayorías el poder seguir trabajando desde el hogar.

Quienes son partidarios del aislamiento total y prolongado, defienden su punto de vista asegurando que están enfocados en salvar vidas y consideran egoísta el poner la economía en la mesa de discusión.

Ciertamente, la prioridad debe ser salvar vidas. El aislamiento ha demostrado su efectividad. Pero el paso de los días implica la revisión y el reajuste de las estrategias.

Una de las alternativas es mantener estricto distanciamiento social, apuntalado por el uso de mascarillas, los guantes y el lavado de manos. Tomar cuidado de grupos vulnerables, como los adultos mayores y los enfermos crónicos. Y estudiar entonces cuáles actividades pueden ser retomadas paulatinamente.

Porque, en el otro extremo, debemos tener en cuenta que la seguridad de quienes caigan afectados por el COVID19, depende del buen funcionamiento de hospitales y de otros servicios conexos. Y estos a su vez, de trabajadores que salgan a prestar sus servicios.

Tampoco podemos olvidar a los afectados por otros cuadros de salud; así como a los grupos vulnerables de la sociedad. Y ellos serían las primeras víctimas de un cuadro económico adverso. Eso también costaría vidas.

Incluso en la ciudad de Nueva York se ha permitido a los residentes salir a hacer ejercicio al aire libre. La actividad física y la exposición al sol pueden ser potentes recursos, no solamente frente al coronavirus, sino también ante afecciones colaterales como la no menos letal depresión o el sedentarismo que puede agravar dolencias preexistentes, como la diabetes o la hipertensión. 

Opinamos que debemos extremar los cuidados; pero también apuntalar la realización de actividades imprescindibles e ir ampliando la reactivación de otros ramos de la cotidianidad, dejando para las etapas finales aquellos que requieran realizarse en grupos en espacios reducidos.

En pocas palabras: información, sensatez y prudencia. Una mezcla que permita que seguir adelante sin dejar de cuidarnos.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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domingo, 5 de abril de 2020

A medida que aprendemos a convivir con el nuevo escenario mundial que ha sido desatado por la expansión del coronavirus COVID19, nos vamos dando cuenta del complejo entretejido que es necesario para seguir adelante con nuestras vidas a pesar de la pandemia.

Y es que, aunque la orden del día en todas las latitudes es permanecer en casa, paralelamente muchos deben salir a cumplir con sus funciones, justamente para asegurar el bienestar de la mayor cantidad posible de gente, en el marco de estos días tan complicados.

Los héroes de primera línea son sin duda médicos y enfermeras, todos los trabajadores de la salud, quienes están exponiendo sus vidas al tener contacto directo con los afectados por este mal.

Estos profesionales se enfrentan a una amenaza desconocida y siguen adelante, arriesgándose a posibles contagios y, por lo tanto, jugándose la vida. Al momento de escribir estas líneas ya nos acercábamos al millón de casos y a las cincuenta mil muertes en todo el planeta.

Las redes sociales nos han permitido dar un vistazo a conmovedores momentos de su vida personal, como el de un enfermero que tuvo que rechazar el abrazo de su hijo, por temor a la posibilidad de contagiarlo. Tras incontables horas de ese duro trabajo que pone en riesgo su vida, no le quedó sino echarse a llorar frente al pequeño.

En numerosas ciudades se ha tomado la iniciativa de dedicarles un aplauso desde las ventanas y balcones de los hogares, usualmente a tempranas horas de la noche. Una propuesta en la cual participan masivamente y con entusiasmo las personas agradecidas por este sacrificio.

También es impresionante ver cómo quedan los rostros del personal de los hospitales del mundo, luego de las jornadas interminables con los ya omnipresentes tapabocas, que al final dejan surcos y hematomas cruzándolos.

Tapabocas que, por cierto, escasean en todo el orbe, por más esfuerzos que se estén haciendo en los centros de producción para satisfacer la demanda, tan gigantesca como inesperada. Sí, esta crisis nos tomó desprevenidos y por mayor que sea el esfuerzo que se hace para contenerla, pareciera que no es suficiente.

Tras el personal de salud, en encuentra el de limpieza en los centros asistenciales. Son otros trabajadores que se exponen a la primera línea de esta pandemia, ya que les toca el aseo y desinfección incansables de los lugares donde son atendidos los afectados.

A los responsables de esta tarea tan importante les toca tomar las medidas más extremas que estén en sus manos, ya que de ellos depende disminuir en cuanto sea posible la cifra de contagios en estos sitios altamente expuestos.

Otros profesionales que salen a la calle a correr riesgos y que han resultado altamente afectados, son los policías. Por poner un ejemplo, solamente en Nueva York hay mil cuatrocientos agentes contagiados con el virus.

Y es que, aunque las calles estén solas, estos trabajadores deben seguir saliendo a resguardar la seguridad ciudadana. Más aún, tienen que enfrentar a las personas que no cumplen con las normativas dictadas por los diversos gobiernos nacionales, regionales y locales del mundo, exponiéndose muchas veces por ello incluso a agresiones por parte de ciudadanos inconscientes, que juegan con sus propias vidas.

Tampoco puede detenerse la maquinaria que surte de alimentos a la gente. Desde las fábricas hasta los supermercados, pasando por el transporte, estamos hablando de otras personas a quienes les ha tocado salir a la calle para correr riesgos con este terrible virus.

También merece un reconocimiento esa empresa privada que ha cesado la producción de los bienes de sus respectivos ramos para fabricar, por ejemplo, ventiladores que asistan a los enfermos más graves en sus funciones respiratorias. Estamos hablando de aparatos que salvan vidas en esta lucha contra un enemigo invisible. Hay destilerías de bebidas alcohólicas que están produciendo en este momento gel antibacterial.

Si alguna lección nos debería dejar esta experiencia una vez que cese, es la de mirar con una lupa más potente al tejido de nuestra sociedad, para apreciar cuán efectivos y valiosos somos si nos movemos como un todo, si somos diversos, si cada quien ocupa su espacio, cultiva su don y cuenta con las condiciones para aportar.

El conocimiento, la ciencia, el trabajo, el capital humano, tienen que salir mucho más valorados cuando finalicen estos tiempos inciertos. Una terrible prueba que nos ha demostrado que muchos de los patrones humanos incorrectamente sobrevalorados, se desinflan cuando aparece una tragedia que nos devuelve finalmente al sentido de la vida. Y entonces salen a flote los verdaderos valores y agradecemos que exista lo más valioso de la condición humana.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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sábado, 28 de marzo de 2020

Tras varias semanas de enfrentar el coronavirus COVID19, la vida de la humanidad ha sido modificada drásticamente.

Por una parte, China informa que aparentemente el evento comienza a ser dominado en su territorio, aunque los estrictos cercos de sus autoridades con el flujo informativo, no dejan de generar desconfianza.

Por otro lado, recibimos noticias estremecedoras de naciones como Italia, donde se han llegado a reportar hasta 700 fallecidos en un día; un estricto toque de queda en España o la progresión geométrica en Estados Unidos, afectando ciudades como Nueva York. La llamada capital del mundo está en jaque por la pandemia y, descarnadamente, se prepara para lo peor.

Al momento de escribir esta nota, se contabilizan más de cuatrocientos mil casos en unos 175 países, según el portal noticioso Infobae. Sin embargo, este mismo portal acota que estas cifras solamente reflejan una parte de los contagios, ya que hay disparidad en la metodología que siguen las diversas naciones para monitorear el fenómeno. Es de esperarse que esto sea un subregistro.

También a manera referencial, la universidad estadounidense Johns Hopkins, que elabora un mapa de seguimiento global de casos, informa sobre 18.614 fallecidos y 107.823 recuperados. En menos de un mes, Italia –una de las naciones más golpeadas– se acerca a los 7 mil fallecidos.

Estados Unidos se enfrenta a una encrucijada: ¿reduce su poderosa maquinaria productiva al mínimo para resguardar a sus ciudadanos, con el riesgo de profundizar una ya inevitable recesión? ¿O se mantiene en movimiento en la medida de lo posible, para garantizar bienes y servicios, a riesgo de exponer a trabajadores ante un virus del cual aún sabemos muy poco?

¿Qué hemos aprendido en estas pocas semanas sobre el enemigo invisible que enfrentamos? Primeramente, que no solo se trata de “una gripe más”. Es mucho más potente, más cruel en sus síntomas y definitivamente más letal. Esta fue una conseja que llevó a subestimarlo en un principio, y que sin duda tuvo consecuencias en la cifra de afectados y fallecidos.

Otra cosa que quedó rápidamente en el pasado, fue la creencia de que los más afectados serían las personas mayores. Si bien este es el grupo de mayor riesgo y ha sido tratado con particular ensañamiento por la enfermedad, los grupos de contagiados y muertos se alimentan de gente de todas las edades. Y también de todos los sectores de la sociedad.

No es posible evitar el asombro cuando nos enteramos de que se encuentran aquejados personajes de la nobleza, como el Príncipe Carlos de Inglaterra o el célebre actor de Hollywood, Tom Hanks.

Si alguna conclusión nos ha arropado a lo largo de estas semanas, es que nadie está a salvo. Y no lo decimos con pretensiones aleccionadoras o moralistas; sino más bien por el pragmatismo de que debemos cuidarnos todos al extremo; de que ninguna precaución está demás, sobre todo cuando vemos que pasan las semanas, que aún no conocemos suficiente y que, aunque numerosos equipos científicos de primer nivel trabajan en la posibilidad de una vacuna alrededor del mundo, lo cierto es que, en el más optimista de los casos, eso puede tardar unos meses. Y ya sabemos de qué manera tan drástica se puede modificar el panorama en apenas unos pocos días.

Aunque sí es cierto que todo lo que está sucediendo nos impone una reflexión sobre la vulnerabilidad que aún experimentamos entrando a la tercera década del siglo XXI. Con niveles de conocimiento y tecnología inimaginables hace apenas pocos años, seguimos siendo presa fácil de lo inesperado. Sí, toca también hablar de humildad cuando vemos que seguimos siendo diminutos ante un universo extensamente desconocido.

Pero también es momento de alabar y aplaudir al conocimiento. Porque son incontables los médicos, científicos y demás profesionales que persiguen el alivio y la cura, que asisten a los desventurados de estos días y que reafirman lo mejor de la condición humana, más allá del miedo que inyecta la incertidumbre. Incluso recibimos la alentadora noticia de que una bióloga venezolana está participando en un equipo de Boston dedicado a desarrollar pruebas rápidas para detectar el virus.

Sí es importante seguir también las cifras de personas recuperadas, porque eso nos hace un mapa de las posibilidades de superar esta prueba, para lo cual vamos a necesitar sin duda una paciencia que va a estar por encima de nuestras capacidades; pero hay suficiente talento y trabajo puestos en esto.

No queda más que seguir la lógica y el sentido común, que dictan acatar las medidas que han sido adoptadas por numerosas autoridades en el mundo. Cuidar de nosotros mismos y de nuestros seres queridos. Y, aunque sea lugar común, aferrarnos a la fe. Una virtud que pasa hoy por su prueba de fuego.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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lunes, 23 de marzo de 2020



http://daviduzcategui1.blogspot.com/2020/03/covid-19.html

Vecinos de Baruta, El Hatillo, Chacao y Los Salias si usted o algún miembro de su familia cree presentar los síntomas del coronavirus debe comunicarse a los números que aparecen en la imagen.

Al llamar será atendido a través del servicio de telemedicina por un médico capacitado y de forma gratuita.
Ayúdanos a compartir esta información.

David Uzcátegui
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Quédate en Casa!!

sábado, 21 de marzo de 2020

Como era de esperarse, el anunciado coronavirus COVID19 tocó a las puertas de nuestro país. Era inevitable. En tiempos globales, es lamentablemente muy difícil contener una amenaza inesperada como esta.

Lo que sí es tremendamente impactante, es el hecho de la velocidad con la que llegó a estas tierras, sin duda dado por lo que comentamos en el párrafo anterior. Las comunicaciones hoy son más veloces que nunca, para bien o para mal.

Y surge la pregunta inevitable: ¿estamos preparados?

La respuesta es sencilla: no, no lo estamos. Pero en justicia, tenemos que agregar: nadie en el mundo lo está. Y aún los países que suponíamos mejor preparados para una contingencia de este calibre, han reaccionado de manera retardada y con desconcierto.

El mundo vive hoy una etapa distópica de la historia. Una pandemia en tiempos de hiper-comunicación, en los cuales confiamos ciegamente en los avances científicos, que sin embargo no parecen tener la velocidad suficiente para contener el avance de este indeseado invasor.

Vamos a ponerlo en números: al momento de escribir estas líneas, la página web de Radio Televisión Española reporta más de 214 mil casos en 163 países. Agrega que los fallecimientos en el mundo se acercan a los 8 mil, la mayor parte en China e Italia, y la cifra de recuperados es de casi 82 mil cuando se cerró la nota.

Son, definitivamente, unos números como para encender las alarmas en todo el orbe. Es una información que no se puede asumir sino con la más absoluta seriedad.

En Venezuela, como en todas las latitudes que enfrenta en este mal, se han producido órdenes y contraórdenes, dudas, angustia y desesperación. Sin embargo, en nuestro país están definitivamente más marcados los extremos, por las causas que ya sabemos y que no es el momento de repetir.

Vamos a estar claros y a decirlo sin tapujos: nuestra nación presenta al día de hoy aristas que nos hacen especialmente vulnerables. Es quizá el momento más duro en el marco de un país fracturado y dividido, que no ha encontrado cauce ni salida para dirimir sus diferencias, las mismas que deben ser puestas hoy a un lado, por la emergencia que enfrentamos; y que nos obligan a la coordinación, sin renunciar a nuestras posiciones legítimas ante el contexto en el cual nos arropa esta calamidad pública.

Y todo esto no nos lleva más que a afirmar que hoy es el momento de la gente. De la ciudadanía. Aún el más eficiente de los gobiernos puede hacer muy poco si los ciudadanos no son los primeros comprometidos en vigilar cada una de las medidas que puedan tomar en su propia cotidianidad.

Quizá esto lo ilustre bien lo que ha dicho la Canciller Federal de Alemania, Angela Merkel, en su discurso a sus ciudadanos: “Esto es serio. Desde la unificación alemana, no, desde la Segunda Guerra Mundial, no hubo un desafío para nuestro país que dependiera tanto de nuestra solidaridad conjunta”. Está hablando la reconocida líder de una de las naciones más robustas y mejor preparadas del mundo, por cierto ha sido también una de las que mejor ha enfrentado esta contingencia inédita y sin manual de instrucciones alguno.

 No se trata de afirmar que tales o cuales medidas son buenas o malas porque viene de parte de uno o de otro. No es momento de ver las fuentes de las instrucciones para decir cuáles sirven o no. Aquí está mandando la lógica, el sentido común. Y lo primero es protegernos.

Hay que escuchar a los especialistas de la salud. Hay que seguir a través de los medios de comunicación disponibles a los voceros de las naciones que han ingresado antes que nosotros a este túnel sin salida visible. Al menos, ellos saben un poco más al respecto.

Estas semanas nos han llevado a conocer las convenciones aceptadas mayoritariamente en el mundo, y que no está demás repetir. La cuarentena, la distancia social, el frecuente lavado de manos por al menos 20 segundos, cuidarnos de tocar nuestra cara, extremar la higiene en nuestro entorno, tomar cuidado de los grupos de mayor riesgo, como adultos mayores, niños y personas de salud frágil, entre otras precauciones.

Debemos obedecer este manual además de respetar las medidas tomadas por las autoridades, no simplemente por un acatamiento, sino también porque sabemos que son lo mejor para todos.

Los consejos que llegan desde naciones como España o Italia son sencillamente que lo tomemos con toda la seriedad que sea posible, que ninguna precaución es poca.

Sí, sabemos que no hay a nuestro alcance los medios para cumplir con todas las recomendaciones que nos llegan a través de tantos medios. Pero tenemos que hacer todo lo posible por acercarnos a lo que más se les parezca. Nos toca a cada uno poner de nuestra parte, lo que esté en las manos hacer. Y es un buen momento para ejercitar la fe. En manos de Dios estamos.

David Uzcátegui
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