Entre las noticias que convocan los ojos del mundo en este momento,
está la declaración unilateral de independencia por parte de Cataluña y la
respuesta del gobierno español.
Se trata sin duda de un asunto sumamente complejo y delicado, ya que
arrastra particularidades de esta región autónoma que tiene personalidad propia
y ha dejado en claro sus particularidades de idiosincrasia.
Sin embargo, esas autonomías parecen haber sido hasta ahora, una manera
de mantener el respeto por las características propias del gentilicio,
permitiendo a su vez gozar de los beneficios que trae a todos una España fuerte
y unificada.
Yendo de lo específico a lo general, el mundo marcha de manera bastante
exitosa –traspié más, traspié menos- hacia unificaciones en bloques. Y es,
justamente, la Unión Europea uno de los experimentos más exitosos en este
sentido, en los últimos tiempos de la historia.
Por supuesto, el asunto tiene sus bemoles y sus detractores, como lo
fue el reciente caso del Brexit. Sin embargo, las unificaciones tienden a
fortalecer las economías, a aprovechar y exprimir las potencialidades de los
miembros y a limar las asperezas de tiempos pasados.
En este sentido, la unidad española bajo una misma bandera ha sido
bastión para que esa nación se mantenga bajo el paraguas unitario europeo. Y
eso ha derivado en numerosos beneficios de este poderoso bloque socioeconómico.
Por ello, marchar a contramano de esas tendencias mundiales nos parece, por
decir lo menos, suicida.
Apelar a viejas heridas para marcar y dividir, en lugar de contribuir a
sanar, es por decir lo menos, irresponsable. Pretender sacar dividendos
políticos de enfrentamientos que dividan pueblos, es una de las jugadas más
miopes que puede hacer político alguno.
Más aún si el tema en cuestión es motivo de división entre la propia
ciudadanía catalana, visto que incluso se han hecho manifestaciones en contra
de esta separación hecha a contrapelo y precipitadamente, sin bases ni
fundamentos suficientes e incluso, con canales legítimos para solucionar
diferencias, que en definitiva son absolutamente válidas pero que al final,
están muy lejos de ser una causa para que la sangre llegue al río.
Cayendo también en el más puro pragmatismo, hay que entender que, si
bien Cataluña tiene un potencial enorme y unas características positivas muy
propias, el constituirse en país lo obliga a crear una serie de organismos de
los cuales no dispone.
¿Tiene el pulmón económico para hacerlo?
Como Estado soberano, tendría que ocuparse de manejar las fronteras,
las aduanas, crear un Banco Central, una oficina de recolección de impuestos,
el establecimiento de relaciones internacionales, una oficina de control aéreo
y todo lo relacionado con el área de Defensa.
Sobre si hay o no los recursos para ello, "Madrid nos roba"
es un slogan popular entre los independentistas catalanes. La creencia de ellos
es que, comparativamente, lo que paga Cataluña es más de lo que recibe del
Estado español.
En realidad, Cataluña es más rica que otras regiones españolas y eso no
admite discusión alguna. Alberga apenas 16% de la población española, pero
representa 19% del Producto Interior Bruto y 25% de las exportaciones de
España.
En cuanto al turismo, 18 de los 75 millones de turistas que visitaron
España en 2016 se dirigieron hacia a Cataluña como su destino principal, lo que
la convierte en la región más visitada del país.
Además, alegan que los catalanes pagan más impuestos de lo que el
gobierno español gasta en la región.
Según afirman los partidarios de la independencia catalana, los
impuestos pagados por los habitantes de Cataluña superan hasta en 16.000
millones de euros el monto que recibe la región desde Madrid. El gobierno
central asegura que en 2014 los catalanes pagaron 10.000 millones de euros más
de los que recibieron.
Sin embargo: ¿estos recursos alcanzan para sostener los gastos del
nuevo país? El mercado para los productos catalanes es el resto de España y con
la independencia, esto se modificaría para mal, con lo cual se estima que las
ventas caerían 25%.
Otro gran mercado es la Unión Europea, de la cual quedaría
automáticamente fuera. Podría solicitar su ingreso, sin embargo, la aceptación
tiene que ser unánime de todos los miembros y España sin duda se opondría.
El gobierno catalán tiene deudas por 90 mil millones de dólares, dos
tercios de las cuales son con el gobierno español, que otorga financiamiento a
las regiones que no tienen acceso al crédito internacional.
Pero lo más triste de todo es que, mientras discutimos estos asuntos
totalmente evitables, España y Cataluña gastan tiempo y energía en una pelea
prescindible, en lugar de invertirlos en el progreso conjunto. Eso que llaman
“la relación ganar-ganar”.
David Uzcátegui
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